domingo, 5 de agosto de 2012

El Palacio de los Sueños Ismaíl Kadaré


Los altos muros del Palacio de los Sueños cobijan los sueños y delirios de un imperio ignoto, la verdadera fuente de su poder.
Su dominio evanescente e indefinible se extiende por los confines del reino, carente de nombre y de rostro.
Mark-Alem ingresa en la institución como un funcionario más, con el cometido de explorar el laberinto en el que suele extraviarse la conciencia humana.


El Palacio de los Sueños: En el centro de un imperio sin nombre que se extiende casi hasta los confines del mundo se encuentra el Tabir Saray, el Palacio de los Sueños, donde a diario llegan cientos de miles de sueños procedentes de las ciudades y aldeas más recónditas; sueños de súbditos ilustres y de anónimos verduleros, zapateros remendones o pobres agricultores, que sueñan despiertos con que algunas de sus oníricas visiones se gane el favor del sultán y éste, agradecido, les cubra de oro y parabienes.
Pero el Palacio de los Sueños no está hecho a la medida de los cuentos maravillosos: en sus gélidas y laberínticas tripas de piedra, los sueños son leídos, cribados, desmenuzados, releídos e interpretados por impenetrables funcionarios de rostro sombrío.
En el último de este minucioso procedimiento es, cuando menos, insondable.
Mark-Alem, un miembro de la insigne familia de los Qyprilli, es uno de los incontables funcionarios que trabajan en Tabir Saray. Extraviado por los largos corredores, esos pasillos idénticos llenos de puertas mudas que componen las dependencias del palacio, el joven Qyprilli escudriña uno tras otro los legajos en los que están consignados los sueños en busca de claves ocultas cuyo sentido yace apelmazado en la apretada caligrafía. Poco a poco, los sueños y el palacio parecen converger en una esfera superior, un mundo enajenado más subyugante que la misma realidad, porque en su interior se destilan los secretos del verdadero poder, imposibles de desvelar.

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