martes, 28 de agosto de 2012

LOS MONÓLOGOS DE APPLEYARD O LA TERCERA LENGUA DEL PARAGUAY

"...los españoles corrompían la lengua india y las indias la española. Así nació una tercera o sea la que usan hoy día".
Martín Dobrizhoffer,S.J.,Historia de los Abipones, vol.I.
Resistencia, 1950.150p.

    Por fin había que hacer el elogio de la jeringonza, estructurar el desconcertado lenguaje, poner en letras esta algarabía. Es, al fin y al cabo, la realidad del Paraguay.
    Que esto es una corrupción, que esto es una lengua impura...¿Quién dijo pues? ¿Esos señores de Castilla...? Esta lengua es y esto basta. Que se escandalicen quienes piensan siempre en lo que debería ser, y no quieren ver nunca lo que es. Porque una tercera lengua nació; quien tenga oídos para oir que oiga.
    Por supuesto que la vieja gramática y la ortografía académica se llevaron un tal susto que huyeron despavoridas, mientras que el diccionario se mareó con tanto sentido desquiciado. Una mala broma que hace tiempo el pueblo le está jugando a las "autoridades".
    Los "Monólogos" de Appleyard son un documento, como lengua y como hecho social. Hasta ahora se tenían algunos textos-no muchos-del "yopará" o jeringonza de guaraní con castellano, pero las "letras" paraguayas se habían opuesto casi terminantemente a ese otro "yopará" castellano con guaraní.
    Hace siglos que el pueblo habla y no había manera de saber a punto fijo cómo hablaba, porque a los señores letrados no les daba en gana ponerlo negro sobre blanco.
    Siempre se partía más o menos del supuesto que el guaraní había sucumbido parcialmente ante la mayor "riqueza" del castellano. Había hispanismos en el guaraní a nivel fonético, a nivel gramatical y, sobre todo, a nivel léxico. Todos sabíamos que hay un guaraní "paraguayo" que, a su vez, es una tercera lengua respecto al guaraní antiguo y al guaraní "tribal". Pero un castellano "paraguayo" eso no tenía que ser-adónde iríamos a parar-; y sin embargo, era.
    De las características fonéticas, gramaticales y lexicales de este castellano "paraguayo" y de qué proceso social es inherente, los "Monólogos" de Appleyard son una buena muestra. En ese "castilla paraguayo" hay disparate, mezcla, incoherencias, como si la lengua estuviera a medio deshacerse -o a medio hacerse-.
    Cuando por la mañana recibimos el periódico LA TRIBUNA, buscamos el "monólogo" de Appleyard. La verdadera verdad de lo que ocurrió y de que hablan -o no hablan- las informaciones, está ahí en la ironía y en la caricatura del "monólogo". Los "Monólogos" de Appleyard son la misma "comedia humana" del Paraguay y de su ciudad Asunción. Y ¿quién podría tomar en serio una cosa tan seria?
                                                                                    BARTOMEU MELIA, S.J.
                                                                                       Setiembre 1973
PASO A COMISIÓN   1

    Pero etamo trabajando etupendamente bien, ch'amigo. Ni te imaginá. Así da guto trabajar. Eso lo que hacía falta hace tiempo ya. Y de repente salió la idea y todo etuvimo conforme y no pusimo en campaña y ahora, depué de tre mese, no queré creer luego en lo resultado. Y pensar que tanto tiempo etuviiiimo ahí sin hacer nada, porque cada uno quería tirar para su lado y entonce como dice el doctor "se desperdicia lo efuerzo de todo". Y eso co é cierto, che ra-á porque é lo mimo que do güeye cada cual tire para lado diferente y entonce la carreta no va a ninguna parte, pué.

    No, ahora yo soy vicepresidente tercero. Ante era secretario de acta, pero depué de la retructuración última me eligieron para vicepresidente. Y é un cargo de mucha responsabilidá porque yo soy presidente de tre comisión, luego.

    Sí, primero me nombraron presidente de la Comisión de Festejo Patronale de la compañía "Potrero Góme-cué", que se tiene que preparar luego con seis mese de anticipación por que la fieta cada año é má grande y tenemo que coordinar con lo paí y eso para la prosección y para la fieta pagana, contratar parque de diversione, con calesita y todo eso y taién un poco de ruleta para que se divierta lo mitá. Depué se me nombró presidente de la Comisión de Gato Estraordinario, que etá controlado por la Comisión de Control General del Club, que e presidente el vicepresidente primero. Entonce pasa por nojotro todo eso de dieta a lo jugadore, de premio cuando gana lo partido y todo eso... Entendé pá?.

    Y la tercera comisión que soy presidente é de Relacione Pública que trabaja en cordinación con la Secretaría General de que depende la Secretaría de Relacione Pública y entonce se hace muy bien todo porque ya no so vo lo que tené que hacer todo y trabajamo en equipo.

    ¡Ah...! Y depué soy miembro de la Comisión de Gato Imprevito así cuando hay que pagar si se muere alguien de lo socio o su mamá y eso.

    No, para eso hay que etar en Sucomisión de Fúbol, que depende de la Comisión de Deporte y eso trabaja en cordinación con la Secretaría General.

    Pero cómo lo que no te da cuenta, che ra-á, que el Clu se llama pué "Centro Cultural, Deportivo y Recreativo "Brisa de la Juventú Góme-cuerense" y entonce solamente con la Secretaría General se cordina con la tres grande comisiones, que son de Deporte, porque é deportivo; de Cultura, porque é cultural y de Recreacione, porque é recreativo. Entendite, pá?.

Y güeno, entonce. Si vo queré iscribir a tu hijo para que juegue fúbol en la división infantil, tené que presentar tu solicitú dirigida al presidente del clú y entonce él va a pasar por Secretaría General a la Comisión de Deporte, que tiene que estudiar el caso y entonce depué pasa a la Sucomisión de Fúbol y depué a la Comisión de Gato Ordinario.

    ¡Ehj...! ¡Pero qué notable!. Cómo lo que podé decir eso. No hay nió ningún lío, sino é organización, nomá y trabaajo en equipo. ¡La pucha!. Y ahora vo queré quejarte porque pasa a comisión. Acá, mi amigo, todo pasa a comisión. Y si te guta, etá bien y si no te guta, lo mimo. ¡La pucha!. Vo sí que lo que so enemigo del progreso.
                                                                                   José Luis Appleyard

DOÑA PERFECTA Benito Pérez Galdós

Ser que viene de un pasado vivo y operante, y que se dirige a un futuro cuya única certeza es también el flujo, el hombre se define como el "mutante" por excelencia. Uno de los escritores que más hondamente percibió esa movilidad es Benito Pérez Galdós. De allí que su obra constituya un permanente alegato implícito contra cualquier forma de anquilosamiento. La vida, único plasma sanguíneo irrenunciable en la producción artística, circula potente, por su mundo novelístico. "Doña Perfecta" así lo testimonia. Por mucho tiempo el escritor más leído y admirado de España, Galdós sigue siendo leído, estudiado y traducido, de tal modo objeto de interés que su persona y su obra dan lugar a numerosos libros y estudios críticos, tantos que "...desde la fecha de su muerte hasta hoy", los mismos "...exceden en cantidad la bibliografía crítica sobre Cervantes aparecida en el mismo período".
Llevada al cine, "Doña Perfecta" tiene los atributos de calidad literaria, interés y humor como para atraer a vastos sectores de público, y en particular a los estudiantes, destinatarios fundamentales de esta colección.

lunes, 27 de agosto de 2012

La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset, 1930

Dice Ortega y Gasset recordando los albores de la era cristiana:
“Se ha dicho, con alguna razón, que el estoico Posidonio, maestro de Cicerón, es el último hombre antiguo capaz de colocarse ante los hechos con la mente porosa y activa, dispuesto a investigarlos. Después de él, las cabezas se obliteran y, salvo los alejandrinos, no van a hacer más que repetir, estereotipar.
 Pero el síntoma y documento más terrible de esta forma, a un tiempo homogénea y estúpida -y lo uno por lo otro-, que adopta la vida de un cabo a otro del Imperio, está donde menos se podía esperar y donde todavía, que yo sepa, nadie la ha buscado: en el idioma. La lengua, que no nos sirve para decir suficientemente lo que cada uno quisiéramos decir, revela, en cambio, y grita, sin que lo queramos, la condición más arcana de la sociedad que la habla. En la porción no helenizada del pueblo romano, la lengua vigente es la que se ha llamado «latín vulgar», matriz de nuestros romances. No se conoce bien este latín vulgar y, en buena parte, sólo se llega a él por reconstrucciones. Pero lo que se conoce basta y sobra para que nos produzcan espanto dos de sus caracteres. Uno es la increíble simplificación de su mecanismo gramatical en comparación con el latín clásico. La sabrosa complejidad indoeuropea, que conservaba el lenguaje de las clases superiores, quedó suplantada por un habla plebeya, de mecanismo muy fácil, pero a la vez, o por lo mismo, pesadamente mecánico, como material; gramática balbuciente y perifrástica, de ensayo y rodeo, como la infantil. Es, en efecto, una lengua pueril o gaga, que no permite la fina arista del razonamiento ni líricos tornasoles. Es una lengua sin luz ni temperatura, sin evidencia y sin calor de alma, una lengua triste que avanza a tientas. Los vocablos parecen viejas monedas de cobre, mugrientas y sin rotundidad, como hartas de rodar por las tabernas mediterráneas. ¡Qué vidas evacuadas de sí mismas, desoladas, condenadas a eterna cotidianidad, se adivinan tras este seco artefacto lingüístico!” (La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset, 1930).

EL PENSAMIENTO LATERAL E. De Bono

    El pensamiento humano se caracteriza, sobre todo, por su lógica. A partir de Aristóteles, el pensamiento lógico, aquel que se apoya en los conceptos fundamentales que designan las propiedades esenciales de la realidad, el que se apoya en lo que él llamaba las categorías, ha sido ensalzado como la mejor manera de usar el cerebro. La más respetable. Pero no necesariamente ha de ser así. ¡Son tantos los que han pasado a la historia precisamente por usar otro tipo de pensamiento, otras categorías distintas de las de Aristóteles! El "pensamiento lateral", creativo, es una manera diferente de usar el cerebro. No utiliza la lógica y por eso puede parecer a veces irracional. El pensamiento lógico, la lógica, es unidireccional, sigue el camino que ella misma se traza; el pensamiento lateral cuenta con infinitas maneras de llegar a una solución, porque llega a ella por caminos distintos al del pensamiento lógico. El pensamiento lateral es un pensamiento creativo, es una forma de escapar de las ideas fijas que atan las alas de la creación. Sin comparar uno con otro estos dos pensamientos,sin decir cuál de ellos es el mejor, es menester reconocer que ambos son igualmente necesarios: el pensamiento lateral, creativo, es para crear ideas, el pensamiento lógico es para desarrollarlas, seleccionarlas y usarlas. Del mismo modo que hemos aprendido a pensar según la lógica, podemos aprender a pensar creativamente. Porque usamos el mismo cerebro para lo uno y para lo otro. Cuando uno sabe lo que quiere, pero no sabe cómo conseguirlo, tiene un problema cuya solución requiere el "pensamiento lateral".

    Este libro está escrito para la lectura en el hogar y la escuela. En todos los tiempos, en escuelas y universidades se ha estimulado y cultivado el pensamiento lógico o vertical, pero éste, si bien es eficaz, resulta incompleto. El pensamiento lógico, selectivo por naturaleza, ha de complementarse con las cualidades creativas del pensamiento lateral. Esta evolución se aprecia ya en el seno de algunas escuelas, aunque la actitud general hacia la creatividad es que constituye algo bueno en sí, pero que no puede cultivarse de manera sistemática  y que no existen procedimientos específicos prácticos a este fin. Para salvar este lapso en la enseñanza se ha compuesto este libro, que tiene como tema el pensamiento lateral, o conjunto de procesos destinados al uso de información de modo que genere ideas creativas mediante una reestructuración perspicaz de los conceptos ya existentes en la mente. El pensamiento lateral puede cultivarse con el estudio y desarrollarse mediante ejercicios prácticos, de manera que pueda aplicarse de forma sistemática a la solución de problemas de la vida diaria y profesional. Es posible adquirir habilidad en la matemática y en otros campos del saber.
    Esta obra está concebida para desempeñar una función didáctica, principalmente para su uso por maestros que desean un método práctico en que se trate la enseñanza de la creatividad, tema de creciente importancia en los campos docente y profesional. Ofrece asimismo oportunidad de practicar el pensamiento lateral, explicándose los procesos que intervienen en su acción. El maestro puede, pues, utilizar este libro para adquirir las técnicas del pensamiento lateral o para proceder a su enseñanza en la escuela.
    Como la incorporación de las técnicas de la creatividad  a la enseñanza escolar y universitaria puede requerir considerable tiempo, muchos padres considerarán que no tienen por qué esperar esa evolución del sistema docente; en tal sentido este libro puede ser igualmente utilizado por ellos en clases a realizar en el hogar, las cuales complementarían la enseñanza escolar.
    Es importante comprender que no existe antagonismo entre el pensamiento lógico tradicional y el pensamiento lateral o creativo. Ambos tipos de pensamiento son necesarios y se complementan mutuamente. La inmensa utilidad y efectividad del pensamiento lógico puede aumentarse aún más con la adición de las técnicas del pensamiento lateral, que reduce la rigidez de un encadenamiento exclusivamente lógico de las ideas. Llegará un día en que el pensamiento lateral formará parte del programa general de la enseñanza, pero mientras no sea así puede aprenderse en el ámbito del hogar.
    Este libro no ha de ser leído en una sesión continua, sino paulatinamente, en el transcurso de considerable tiempo, de meses o incluso de años. Por esta razón los principios prácticos fundamentales se repiten a intervalos en el transcurso de la exposición, con el fin de preservar la coherencia del tema e impedir su fragmentación en simples técnicas. En el uso del libro es importante tener en cuenta que la práctica de las técnicas es mucho más importante que su comprensión teórica.

Tomado del Libro:
 E.De Bono. EL PENSAMIENTO LATERAL. MANUAL DE CREATIVIDAD.
PAIDOS STUDIO
Edward De Bono (Malta, 19 de mayo de 1933) es un prolífico escritor,psicólogo por la Universidad de Oxford, entrenador e instructor en el tema del pensamiento. Es tal vez más famoso por haber acuñado el término "pensamiento lateral".

sábado, 25 de agosto de 2012

Fábula de Esopo: La zorra y el asno

Un asno que se encontró cierto día una piel de león se vistió con ella, y así disfrazado, se dio a correr campos y bosques sembrando el terror entre los otros animales. Habiendo encontrado a una zorra quiso espantarla, y para ello no se contentó con embestirla, sino que al mismo tiempo se le ocurrió imitar el rugido del león.
-Señor mío, si os hubieseis callado,os habría tomado por un león, como los demás animales, pero ahora que oigo los rebuznos os conozco y no me dais miedo.
Al hombre se le conoce por sus acciones.

ESOPO: fue un gran fabulista y moralista griego de la antigüedad. No fue , como lo creen muchos, el creador de la fábula, sino uno de sus geniales divulgadores. La fábula tuvo su origen  en el antiguo Oriente junto con otras formas literarias que han subsistido; Esopo no hizo más que trasladarla a Grecia, dándole sentido localista y de la época.

viernes, 24 de agosto de 2012

LAOCOONTE

    Grupo escultórico perteneciente al arte helénico, descubierto en el año 1506.

    Obra de Agesandro de Rodas, con la colaboración de sus hijos Polidoro y Atenodoro, representa el episodio del segundo canto de La Eneida, de Virgilio, en el que éste describe la catástrofe del gran sacerdote de Neptuno. Supónese que corresponde a la época de los primeros emperadores, cuando hasta la estatuaria griega había evolucionado abandonando las modalidades de reposo o quietismo y sencillez del siglo de Pericles, reproduciendo actitudes de acción y movimiento. Se cree que este grupo escultórico fue cincelado sobre un solo trozo de mármol.

    Todas las imitaciones que se hicieron fueron muy inferiores. Ninguna alcanzó ni la belleza de sus formas estatuarias, ni la expresión de dolor físico, de voluntad y de angustia a la vez que distinguen al original de esta magnífica obra.







Venus de Milo


¡Bendito sea el campesino griego cuya azada desenterró a la diosa sepultada desde hace dos mil años en un campo de trigo! Gracias a él, la idea de belleza se ha elevado a una altura sublime, y el mundo plástico ha encontrado su reina.
El ojo humano no ha contemplado jamás  formas tan perfectas como las de la Venus de Milo. Sus cabellos, negligentemente atados, ondulan como las ondas de un mar en reposo. Ligeras cintas de pelo recortan su frente, ni muy arriba ni muy abajo, haciéndonos concebir que es ella la morada de un pensamiento divino, único, inmutable. Sus ojos se hunden bajo la arcada profunda de las pestañas, que los cubren con su sombra y los dotan de la sublime ceguera de los dioses, cuya mirada, ciega para el mundo exterior, retira de ella la luz, para difundirla por todos los puntos de su ser. Su nariz se une a la frente por el contorno recto y puro que constituye la línea de la belleza. A su boca entreabierta y cruzada por los ángulos, anima el claro-oscuro que proyecta sobre ella el labio superior, y exhala el soplo no interrumpido de la vida inmortal. El ligero movimiento de la boca acusa la redondez grandiosa de la barba, imperceptiblemente aplanada por debajo.
Fluye la belleza de su cabeza divina y se esparce por todo el cuerpo como una claridad.
La belleza sublime es la hermosura inefable.
¿Con qué palabras expresaremos en nuestros idiomas la majestad de ese mármol, tres veces sagrado, la atracción mezclada de terror que inspira, el ideal soberbio e ingenuo que revela?

                       PAUL DE SAINT-VICTOR

jueves, 23 de agosto de 2012

LEER, COSECHAR


LA RECOLECCIÓN Cuadro de Gonzalo Bilbao-Madrid 1897
    Leer viene de una palabra latina, o más bien, primitivamente, de una palabra griega, que significa recoger, recopilar, hacer la colecta. Un jardinero se pasea en su vergel, recoge los frutos maduros y los reúne en sus graneros; el botánico hace una excursión por el campo, colecciona flores que encuentra, las coloca al principio sin orden, en una caja, donde se conservarán frescas e intactas; de regreso a su casa las clasifica y las pone por orden y les da a cada una su lugar definitivo. De igual manera, el lector se pasea en el jardín de las ideas humanas; ve, recolecta, colecciona, coloca en su espíritu al principio, como en un solo haz, estas flores intelectuales; después las coordina, las ordena y conserva a cada una en el lugar que le conviene.

                                                                                                             J. F. LANDRIOT
                                                                                                                   (francés)


NOTA.-JUAN FRANCISCO LANDRIOT (1816-1874) fue un escritor cuyas obras son casi todas de orientación religiosa. Publicó entre otras: "La mujer fuerte" ; "Las actitudes evangélicas"; etc..

lunes, 20 de agosto de 2012

Escándalo en Bohemia y otros cuentos Arthur Conan Doyle

La serie de narraciones policíacas del escosés sir Arthur Conan Doyle (1850-1930) fueron escritas entre 1891 y 1925.
Este volumen reúne cuatro apasionantes relatos urdidos en torno a la dinámina personalidad del investigador Sherlock Holmes, a la que sirve de contrapeso la bonachona ingenuidad de su amigo, el doctor Watson.

Sus títulos son:

- Escándalo en Bohemia
-El misterio de Boscome Valley
-Un caso de identidad
-La Liga de los Pelirrojos

Este libro fue un regalo de mi hijo Javier Portillo en mi cumpleaños.

Cuento El guijarro de Carlos José Ardissone


Yo era un niño de cerca de diez años aquel verano cuando fui con mis padres a las usuales vacaciones en Buenos Aires. Era la peregrinación anual para visitar a los parientes que se habían quedado en el Plata y, de paso, surtirnos de cosas que acá  no había o no eran de buena calidad: zapatos, ropa, artículos varios. Aquel verano nos hospedamos en casa de los tíos Birks, en su mansión de Haedo, la Marijuana.
La Marijuana tenía a su alrededor un lindo jardín que yo llamaba patio; era más que un jardín y menos que un parque. Ahí descubrí que la tierra porteña no era igual que la paraguaya; era negra y un poco arcillosa. Yo, acostumbrado a la tierra roja que conocía bien, me sentía más extranjero aun hurgando en ese suelo. Que fue como descubrí que abundaban en él pequeños guijarros que, cuando se los limpiaba, algunos tenían un ligero brillo, y otros por su suavidad insinuaban que podrían volverse brillantes si se los pulía. De vez en cuando encontraba un canto rodado de mayor tamaño, alguno entero y otros rotos. Me preguntaba cómo se habrían roto esas piedras tan duras.
Un guijarro roto, como cualquier otro y sin ningún encanto particular atrajo mi atención y lo llevé en mi bolsillo permanentemente en vez de guardarlo en el cajón donde guardaba el resto de mi colección. Lo llevaba siempre, de pantalón a pantalón. Con el tiempo, el roce del bolsillo y de mi mano lo llegó a pulir bastante; relucía su color lechoso con puntos marrones y una veta, de color de óxido, lo atravesaba desde su lado roto hasta el otro extremo. Parecía un huevo chato y cortada su punta.
Una noche me fui al mirador de la Marijuana. Era el cuarto nivel de la casa, reducido, de unos cuatro metros de lado, rodeado por una balaustrada y cubierto por un techo de cuatro aguas. Desde allí se veían casas vecinas, muchos árboles y algunos pocos edificios altos más allá, a varias cuadras. Desde el mirador parecían brillar más las estrellas; no las opacaban las luces del patio ni las de la calle. Y me gustaba el aspecto de las casas alumbradas por faroles comunes. Los edificios más altos apenas se distinguían con la luz reflejada de abajo. En mi mano llevaba mi guijarro roto.
Apoyado en una de las balaustradas, sin pensarlo, apunté con mi guijarro a uno de los edificios, como si fuera una linterna, y una tenue luminosidad cubrió aquella mole dormida. El color era apenas rosado, y la luz mortecina terminaba abruptamente en los ángulos del edificio. Moví mi guijarro-linterna hacia otros objetivos y el resultado mágico se repitió: una casa se encendió con un palidísimo verde, otra con un leve celeste, y los árboles se distinguían como si les diese la luna, que esa noche no estaba. Me quedé arrobado con la magia de mi guijarro. Estuve así inconsciente del tiempo hasta que me llamaron para dormir. Apenas pude conciliar el sueño; no sabía qué pensar, repetía en mi mente las vistas inefables hasta que me venció el sueño.
Al día siguiente desperté con la idea de repetir a la noche la experiencia anterior. Pasé el día como siempre; tal vez con alguna ansiedad esperando terminar la cena y escapar para el mirador. Hasta que llegó el momento de volar escaleras arriba. Probé, y el milagro se repitió. Un día y otro, todas las noches que solo y a oscuras dirigía mi guijarro roto, con su cara rota hacia algo, una luz suave, fantasmal, lo iluminaba apenas.
Pasaron los años y dejé de  llevar encima mi guijarro mágico. Lo guardé en el cajón de mi mesa de luz junto con la multitud de cosas que uno guarda en su mesa de luz. Cuando fui a mi primer campamento del colegio olvidé llevarlo. Pero a mi primera cacería sí lo llevé, y me desilusioné un poco. Los árboles me rodeaban y me cubrían a muy poca distancia; ni siquiera estaba seguro de que la luz se encendiera. Devolví el guijarro a su cajón y lo dejé ahí por años. Viajé, estuve ausente muchas veces, a veces por largos periodos, casi se puede decir que recorrí el mundo, y mi guijarro se quedó en mi mesa de luz sobreviviendo inclusiva algunas mudanzas, en las que se suelen extraviar muchas cosas.
Con el paso de los años el pelo se me volvió blanco (el que me quedaba), se me cambiaron mis rasgos, la gente me trataba como a un hombre mayor, es decir como a un viejo. No solo tuve hijos sino que hasta llegué a tener nietos. Y un día volví a la bella Buenos Aires. No me fui a Haedo, sino al centro, casi San Telmo. Desde mi sexto piso veía solo edificios y, más allá de ellos adivinaba Puerto Madero y el Río de la Plata. Esa vez sí llevé mi viejo guijarro con la intención de probar si conservaba su poder mágico. Una noche, bien por encima de las luces callejeras, apunté hacia el oriente, y apreté el guijarro. Aquella torre de quince pisos salió de su penumbra y en el infinito archivo de recuerdos me encontré niño en el mirador de la Marijuana. Pero mi mamá ya no me llamaba para dormir.   

sábado, 18 de agosto de 2012

Ricardo Migliorisi









                         Sin título.Dibujo a tinta. Museo Paraguayo de Arte Contemporáneo. 1969


Tomado del libro "MIGLIORISI los retratos del sueño" de Ticio Escobar,

viernes, 17 de agosto de 2012

Cien años de soledad Gabriel García Márquez

...Entonces empezó el viento tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces. No lo advirtió porque en aquel momento estaba descubriendo los primeros indicios de su ser, en un abuelo concupiscente que se dejaba arrastrar por la frivolidad a través de un páramo alucinado, en busca de una mujer hermosa a quien no haría feliz. Aureliano lo reconoció, persiguió los caminos ocultos de su descendencia, y encontró el instante de su propia concepción entre los alacranes y las mariposas amarillas de un baño crepuscular, donde un menestral saciaba su lujuria con una mujer que se le entregaba por rebeldía. Estaba tan absorto, que no sintió tampoco la segunda arremetida del viento, cuya potencia ciclónica arrancó de los quicios las puertas y las ventanas, descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos. Sólo entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía y que Francis Drake había asaltado a Riohacha solamente para que ellos pudieran buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre, hasta engendrar el animal mitológico que había de poner término a la estirpe. Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.
Tapa de la edición conmemorativa: 40 años

jueves, 16 de agosto de 2012

Del amor y otros demonios Gabriel García Márquez

El 26 de octubre de 1949 no fue un día de grandes noticias. El maestro Clemente Manuel Zabala, jefe de redacción del diario donde hacía mis primeras letras de reportero, terminó la reunión de la mañana con dos o tres sugerencias de rutina. No encomendó una tarea concreta a ningún redactor.  Minutos después se enteró por teléfono de que estaban vaciando las criptas funerarias del antiguo convento de Santa Clara, y me ordenó sin ilusiones:
"Date una vuelta por allá a ver qué se te ocurre".
El histórico convento de las clarisas, convertido en hospital desde hacía un siglo, iba a ser vendido para construir en su lugar un hotel de cinco estrellas. Su preciosa capilla estaba casi a la intemperie por el derrumbe paulatino del tejado, pero en sus criptas permanecían enterradas tres generaciones de obispos y abadesas y otras gentes principales. El primer paso era desocuparlas, entregar los restos a quienes los reclamaran, y tirar el saldo en la fosa común.
Me sorprendió el primitivismo del método. Los obreros destapaban las fosas a piocha y azadón, sacaban los ataúdes podridos que se desbarataban con sólo moverlos, y separaban los huesos del mazacote de polvo con jirones de ropa y cabellos marchitos. Cuanto más ilustre era el muerto más arduo era el trabajo, porque había que escarbar en los escombros de los cuerpos y cerner muy fino sus residuos para rescatar las piedras preciosas y las prendas de orfebrería.
El maestro de obra copiaba los datos de la lápida en un cuaderno de escolar, ordenaba los huesos en montones separados, y ponía la hoja con el nombre encima de cada uno para que no se confundieran. Así que mi primera visión al entrar en el templo fue una larga fila de montículos de huesos, recalentados por el bárbaro sol de octubre que se metía a chorros por los portillos del techo, y sin más identidad que el nombre escrito a lápiz en un pedazo de papel. Casi medio siglo después siento todavía el estupor que me causó aquel testimonio terrible del paso arrasador de los años.
Allí estaban; entre muchos otros, un virrey del Perú y su amante secreta; don Toribio de Cáceres y Virtudes, obispo de esta diócesis; varias abadesas del convento, entre ellas la madre Josefa Miranda, y el bachiller en artes don Cristóbal de Eraso, que había consagrado media vida a fabricar los artesonados. Había una cripta cerrada con la lápida del segundo marqués de Casalduero, don Ygnacio de Alfaro y Dueñas, pero cuando la abrieron se vio que estaba vacía y sin usar. En cambio los restos de su marquesa, doña Olalla de Mendoza, estaban con su lápida propia en la cripta vecina. El maestro de obra no le dio importancia: era normal que un noble criollo hubiera aderezado su propia tumba y que lo hubieran sepultado en otra.
En la tercera hornacina del altar mayor, del lado del Evangelio, allí estaba la noticia. La lápida saltó en pedazos al primer golpe de la piocha, y una cabellera viva de un color de cobre intenso se derramó fuera de la cripta. El maestro de obra quiso sacarla completa con la ayuda de sus obreros, y cuanto más tiraban de ella más larga y abundante parecía, hasta que salieron las últimas hebras todavía prendidas a un cráneo de niña. En la hornacina no quedó nada más que unos huesecillos menudos y dispersos, y en la lápida de cantería carcomida por el salitre sólo era legible un nombre sin apellidos: Sierva María de Todos los Ángeles. Extendida en el suelo, la cabellera espléndida medía veintidós metros con once centímetros.
El maestro de obra me explicó sin asombro que el cabello humano crecía un centímetro por mes hasta después de la muerte, y veintidós metros le parecieron un buen promedio para doscientos años. A mí, en cambio, no me pareció tan trivial, porque mi abuela me contaba de niño la leyenda de una marquesita de doce años cuya cabellera le arrastraba como una cola de novia, que había muerto del mal de rabia por el mosrdisco de un perro, y era venerada en los pueblos del Caribe por sus muchos milagros. La idea de que esa tumba pudiera ser la suya fue mi noticia de aquel día, y el origen de este libro.
                                                                                       Gabriel García Márquez
                                                                                       Cartagena de Indias, 1994



martes, 14 de agosto de 2012

La siesta del martes Gabriel García Márquez

                                                               Foto gentileza: Agustín Portillo Pineda
El  tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de banano, simétricas e interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvió a sentir la brisa del mar. Una humareda sofocante entró por la ventanilla del vagón. En el estrecho camino paralelo a la vía férrea había carretas de bueyes cargadas de racimos verdes. Al otro lado del camino, en intempestivos espacios sin sembrar, había oficinas con ventiladores eléctricos, campamentos de ladrillos rojos y residencias con sillas y mesitas blancas en las terrazas, entre palmeras y rosales polvorientos. Eran las once de la mañana y aún no había empezado el calor.
-Es mejor que subas el vidrio -dijo la mujer-. El pelo se te va a llenar de carbón.
La niña trató de hacerlo pero la persiana estaba bloqueada  por óxido.
Eran los únicos pasajeros en el escueto vagón de tercera clase.Como el humo de la locomotora siguió entrando por la ventanilla, la niña abandonó el puesto y puso en su lugar los únicos objetos que llevaban: una bolsa de material plástico con cosas de comer y un ramo de flores envuelto en papel de periódicos. Se sentó en el asiento opuesto, alejada de la ventanilla, de frente a su madre. Ambas guardaban un luto riguroso y pobre.
La niña tenía doce años y era la primera vez que viajaba. La mujer parecía demasiado vieja para ser su madre, a causa de las venas azules en los párpados y del cuerpo pequeño, blando y sin formas, en un traje cortado como una sotana. Viajaba con la columna vertebral firmemente apoyada contra el espaldar del asiento, sosteniendo en el regazo con ambas manos una cartera de charol desconchado. Tenía la serenidad escrupulosa de la gente acostumbrada a la pobreza.
A las doce había empezado el calor. El tren se detuvo diez minutos en una estación sin pueblo para abastecerse de agua. Afuera, en el misterioso silencio de las plantaciones, la sombra tenía un aspecto limpio. Pero el aire estancado dentro del vagón olía a cuero sin curtir. El tren no volvió a acelerar. Se detuvo en dos pueblos iguales, con casas de madera pintadas de colores vivos. La mujer inclinó la cabeza y se hundió en el sopor. La niña se quitó los zapatos. Después fue a los servicios sanitarios a poner en agua el ramo de flores muertas.
Cuando volvió al asiento la madre la esperaba para comer. le dio un pedazo de queso, medio bollo de maíz y una galleta dulce, y sacó para ella de la bolsa de material plástico una ración igual. Mientras comían, el tren atravesó muy despacio un puente de hierro y pasó de largo por un pueblo igual a los anteriores, sólo que en este había una multitud en la plaza. Una banda de músicos tocaba una pieza alegre bajo el sol aplastante. Al otro lado del pueblo, en una llanura cuarteada por la aridez, terminaban las plantaciones.
La mujer dejó de comer.
-Ponte los zapatos -dijo.
La niña miró hacia el exterior. No vio nada más que la llanura desierta por donde el tren empezaba a correr de nuevo, pero metió en la bolsa el último pedazo de galleta y se puso rápidamente los zapatos. La mujer le dio la peineta.
-Péinate -dijo.
El tren empezó a pitar mientras la niña se peinaba. La mujer se secó el sudor del cuello y se limpió la grasa de la cara con los dedos. Cuando la niña acabó de peinarse el tren pasó frente a las primeras casas de un pueblo más grande pero más triste que los anteriores.
-Si tienes ganas de hacer algo, hazlo ahora -dijo la mujer-. Después, aunque te estés muriendo de sed no tomes agua en ninguna parte. Sobre todo, no vayas a llorar.
La niña aprobó con la cabeza. Por la ventanilla entraba un viento ardiente y seco, mezclado con el pito de la locomotora y el estrépito de los viejos vagones. La mujer enrolló la bolsa con el resto de los alimentos y la metió en la cartera. Por un instante, la imagen total del pueblo, en el luminoso martes de agosto, resplandeció en la ventanilla. La niña envolvió las flores en los periódicos empapados, se apartó un poco más de la ventanilla y miró fijamente a su madre. Ella le devolvió una expresión apacible. El tren acabó de pitar y disminuyó la marcha. Un momento después se detuvo.
No había nadie en la estación. Del otro lado de la calle, en la acera sombreada por los almendros, sólo estaba abierto el salón de billar. El pueblo flotaba en el calor. La mujer y la niña descendieron del tren, atravesaron la estación abandonada cuyas baldosas empezaban a cuartearse por la presión de la hierba, y cruzaron la calle hasta la acera de sombra.
Eran casi las dos. A esa hora, agobiado por el sopor, el pueblo hacía la siesta. Los almacenes, las oficinas públicas, la escuela municipal, se cerraban desde las once y no volvían a abrirse hasta un poco antes de las cuatro, cuando pasaba el tren de regreso. Sólo permanecían abiertos el hotel frente a la estación, su cantina y su salón de billar, y la oficina del telégrafo a un lado de la plaza. Las casas, en su mayoría construidas  sobre el modelo de la compañía bananera, tenían las puertas cerradas por dentro y las persianas bajas. En algunas hacía tanto calor que sus habitantes almorzaban en el patio. Otros recostaban un asiento a la sombra de los almendros y hacían la siesta en plena calle.
Buscando siempre la protección de los almendros la mujer y la niña penetraron en el pueblo sin perturbar la siesta. Fueron directamente a la casa cural. La mujer raspó con la uña la red metálica de la puerta, esperó un instante y volvió a llamar. En el interior zumbaba un ventilador eléctrico. No se oyeron los pasos. Se oyó apenas el leve crujido de una puerta y en seguida una voz cautelosa muy cerca de la red metálica: "¿Quién es?" La mujer trató de ver a través de la red metálica.
-Necesito al padre -dijo.
-Ahora está durmiendo.
-Es urgente -insistió la mujer.
Su voz tenía una tenacidad reposada.
La puerta se entreabrió sin ruido y apareció una mujer madura y regordeta, de cutis muy pálido y cabellos color de hierro. Los ojos parecían demasiado pequeños detrás de los gruesos cristales de los lentes.
-Sigan -dijo, y acabó de abrir la puerta.
Entraron en una sala impregnada de un viejo olor de flores. La mujer de la casa las condujo hasta un escaño de madera y les hizo señas de que se sentaran. La niña lo hizo, pero su madre permaneció de pie, absorta, con la cartera apretada en las dos manos. No se percibía ningún ruido detrás del ventilador eléctrico.
La mujer de la casa apareció en la puerta del fondo.
-Dice que vuelvan después de las tres -dijo en voz muy baja -. Se recostó hace cinco minutos.
-El tren se va a las tres y media -dijo la mujer.
Fue una réplica breve y segura, pero la voz seguía siendo apacible, con muchos matices. La mujer de la casa sonrió por primera vez.
-Bueno -dijo.
Cuando la puerta del fondo volvió a cerrarse la mujer se sentó junto a su hija. La angosta sala de espera era pobre, ordenada y limpia. Al otro lado de una baranda de madera que dividía la habitación, había una mesa de trabajo, sencilla, con un tapete de hule, y encima de la mesa una máquina de escribir primitiva junto a un vaso con flores. Detrás estaban los archivos parroquiales. Se notaba que era un despacho arreglado por una mujer soltera.
La puerta del fondo se abrió y esta vez apareció el sacerdote limpiando los lentes con un pañuelo. Sólo cuando se los puso pareció evidente que era hermano de la mujer que había abierto la puerta.
-¿Qué se le ofrece? -preguntó.
-Las llaves del cementerio -dijo la mujer.
La niña estaba sentada con las flores en el regazo y los pies cruzados bajo el escaño. El sacerdote la miró, después miró a la mujer y después, a través de la red metálica de la ventana, el cielo brillante y sin nubes.
-Con este calor -dijo-. Han podido esperar a que bajara el sol.
La mujer movió la cabeza en silencio. El sacerdote pasó del otro lado de la baranda, extrajo del armario un cuaderno forrado de hule, un plumero de palo y un tintero, y se sentó en la mesa. El pelo que le faltaba en la cabeza le sobraba en las manos.
-¿Qué tumba van a visitar? -preguntó.
-La de Carlos Centeno -dijo la mujer.
-¿Quién?
-Carlos Centeno -repitió la mujer.
El padre siguió sin entender.
-Es el ladrón que mataron aquí la semana pasada -dijo la mujer en el mismo tono-. Yo soy su madre.
El sacerdote la escrutó. Ella lo miró fijamente, con un dominio reposado, y el padre se ruborizó. Bajó la cabeza para escribir. A medida que llenaba la hoja pedía a la mujer los datos de su identidad, y ella respondía sin vacilación, con detalles precisos, como si estuviera leyendo. El padre empezó a sudar. La niña se desabotonó la trabilla del zapato izquierdo, se descalzó el talón y lo apoyó en el contrafuerte. Hizo lo mismo con el derecho.
Todo había empezado el lunes de la semana anterior, a las tres de la madrugada y a pocas cuadras de allí. La señora Rebeca, una viuda solitaria que vivía en una casa llena de cachivaches, sintió a través del rumor de la llovizna que alguien trataba de forzar desde afuera la puerta de la calle. Se levantó, buscó a tientas en el ropero un revólver arcaico que nadie había disparado desde los tiempos del coronel Aureliano Buendía, y fue a la sala sin encender las luces. Orientándose no tanto por el ruido de la cerradura como por un terror desarrollado en ella por 28 años de soledad, localizó en la imaginación no sólo el sitio donde estaba la puerta sino la altura exacta de la cerradura. Agarró el arma con las dos manos, cerró los ojos y apretó el gatillo. Era la primera vez en su vida que disparaba un revólver. Inmediatamente después de la detonación no sintió nada más que el murmullo de la llovizna en el techo de cinc. Después percibió un golpecito metálico en el andén de cemento y una voz muy baja, apacible, pero terriblemente fatigada: "Ay, mi madre". El hombre que amaneció muerto frente a la casa, con la nariz despedazada, vestía una franela a rayas de colores, un pantalón ordinario con una soga en lugar de cinturón, y estaba descalzo. Nadie lo conocía en el pueblo.
-De manera que se llamaba Carlos Centeno -murmuró el padre cuando acabó de escribir.
-Centeno Ayala -dijo la mujer-. Era el único varón.
El sacerdote volvió al armario. Colgadas de un clavo en el interior de la puerta había dos llaves grandes y oxidadas, como la niña imaginaba y como imaginaba la madre cuando era niña y como debió imaginar el propio sacerdote alguna vez que eran las llaves de San Pedro. Las descolgó, las puso en el cuaderno abierto sobre la baranda y mostró con el índice un lugar en la página escrita, mirando a la mujer.
-Firme aquí.
La mujer garabateó su nombre, sosteniendo la cartera bajo la axila. La niña recogió las flores, se dirigió a la baranda arrastrando los zapatos y observó atentamente a su madre.
El párroco suspiró.
-¿Nunca trató de hacerlo entrar por el buen camino?
La  mujer contestó cuando acabó de firmar.
-Era un hombre muy bueno.
El sacerdote miró alternativamente a la mujer y a la niña y comprobó con una especie de piadoso estupor que no estaban a punto de llorar. La mujer continuó inalterable:
-Yo le decía que nunca robara nada que le hiciera falta a alguien para comer, y él me hacía caso. En cambio, antes, cuando boxeaba, pasaba hasta tres días en la cama postrado por los golpes.
-Se tuvo que sacar todos los dientes -intervino la niña.
-Así es -confirmó la mujer-. Cada bocado que me comía en ese tiempo me sabía a los porrazos que le daban a mi hijos los sábados a la noche.
-La voluntad de Dios es inescrutable -dijo el padre.
Pero lo dijo sin mucha convicción, en parte porque la experiencia lo había vuelto un poco escéptico, y en parte por el calor. Les recomendó que se protegieran la cabeza para evitar la insolación. Les indicó bostezando y ya casi completamente dormido, como debían hacer para encontrar la tumba de Carlos Centeno. Al regreso no tenían que tocar. Debían meter la llave por debajo de la puerta, y poner allí mismo, si tenían, una limosna para la Iglesia. La mujer escuchó las explicaciones con atención, pero dio las gracias sin sonreír.
Desde antes de abrir la puerta de la calle el padre se dio cuenta  de que había alguien mirando hacia adentro, las narices aplastadas contra la red metálica. Era un grupo de niños. Cuando la puerta se abrió por completo los niños se dispersaron. a esa hora, de ordinario, no había nadie en la calle.Ahora no sólo estaban los niños. Había grupos bajo los almendros. El padre examinó la calle distorsionada por la reverberación, y entonces comprendió. Suavemente volvió a cerrar la puerta.
-Esperen un minuto -dijo, sin mirar a la mujer.
Su hermana apareció en la puerta del fondo, con una chaqueta negra sobre la camisa de dormir y el cabello suelto en los hombros.
Miró al padre en silencio.
-¿Qué fue? -preguntó él.
-La gente se ha dado cuenta.
-Es mejor que salgan por la puerta del patio -dijo el padre.
-Es lo mismo -dijo su hermana-. Todo el mundo está en las ventanas.
La mujer parecía no haber comprendido hasta entonces. Trató de ver la calle a través de la red metálica. Luego le quitó el ramo de flores a la niña y empezó a moverse hacia la puerta. La niña la siguió.
-Esperen a que baje el sol -dijo el padre.
-Se van a derretir -dijo su hermana, inmóvil en el fondo de la sala-. Espérense y les presto una sombrilla.
-Gracias -replicó la mujer-. Así vamos bien.
Tomó a la niña de la mano y salió a la calle.

Cuento extraído del libro "Los funerales de la Mamá Grande"
Gabriel García Márquez






lunes, 13 de agosto de 2012

Los funerales de la Mamá Grande Gabriel García Márquez

"Los funerales de la Mamá Grande", el primer libro de cuentos de Gabriel García Márquez, continúa la historia de Macondo iniciada en "La Hojarasca" y que alcanza su culminación y su fin en "Cien años de soledad". En estos relatos el paisaje psíquico de Macondo se confunde con el humor de los habitantes y con la sucesión de malestares, penas y prodigios.
Rebeca Buendía, la viuda de José Arcadio, vive en una casa inmensa de dos corredores y nueve alcobas, padeciendo de delirios y visiones; el padre Ángel duerme  desde hace años en el confesionario; el dentista tortura a los opositores; el telegrafista trasmite poemas de amor  a una colega desconocida; Trinidad, una adolescente, colecciona ratones muertos en cajas de zapatos. En Macondo sólo prosperan las pestes, los adivinos, los saltimbanquis y los encantadores de serpientes.
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Los cuentos que forman parte de esta obra son:
La siesta del martes
Un día de estos
En este pueblo no hay ladrones
La prodigiosa tarde de Baltazar
La viuda de Montiel
Un día después del sábado
Rosas artificiales
Los funerales de la Mamá Grande

Gabriel García Márquez nació en 1928 en Aracataca, un pequeño pueblo de Colombia.
Cursó el bachillerato en Bogotá, en un colegio jesuita. La hojarasca, su primera novela, es de 1955. A ésta le sigue un libro de cuentos, Los funerales de la Mamá Grande (1961). Pero su consagración se produce con Cien años de soledad, novela que la Editorial Sudamericana publica por primera vez en 1967. A partir de esa fecha, la fama de García Márquez no ha dejado de crecer. Recibió numerosos premios, entre los que se destaca el Rómulo Gallegos en 1973. En 1982, el reconocimiento mundial hace que se lo galardone con el Premio Nobel.

sábado, 11 de agosto de 2012

V La primavera

¡Ay, qué relumbres y olores!
¡Ay, cómo ríen los prados!
Ay, qué alboradas se oyen!
                 Romance Popular

En mi duermevela matinal, me malhumora una endiablada chillería de chiquillos. Por fin, sin poder dormir más, me echo, desesperado, en la cama. Entonces, al mirar el campo por la ventana abierta, me doy cuenta de que los que alborotan son los pájaros.
Salgo al huerto y doy gracias al Dios del día azul. ¡Libre concierto de picos, fresco y sin fin! La golondrina riza, caprichosa, su canto en el pozo; silba el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oropéndola charla en el chaparro; el charamiz ríe larga  y menudamente en la cima del eucalipto; y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente.
¡Cómo está la mañana! El sol pone en la tierra su alegría de plata y de oro; mariposas de cien colores juegan por todas partes, entre las flores, por la casa, en el manantial. Por doquiera, el campo se abre en estallidos, en crujidos, en un hervidero de vida sana y nueva.
Parece que estuviéramos dentro de un gran panal de luz, que fuese el interior de una inmensa y cálida rosa encendida.
Del libro Platero y yo  de Juan Ramón Jiménez

Una desgracia

Viernes, 16.-Ni ayer ni anteayer, he escrito una sola línea en mi Diario. Claro que tampoco ha sucedido nada que merezca la pena, y no es cosa de perder el tiempo en detalles intrascendentes. Por eso mismo, ahora me doy cuenta de que, en realidad, mis apuntes no constituirán un Diario, sino más bien una agenda con los hechos más salientes de mi vida escolar.
Como, por ejemplo, el de hoy, en que mientras venía a clase, he visto mucha gente apiñada frente al edificio.
-¿Qué pasa?-he preguntado al conserje.
-Pues que a Roberto, un chico de cuarto, le ha atropellado un automóvil. Se ha lanzado para salvar a otro que casi estaba entre las ruedas y, gracias a Dios, solo ha tenido magullamientos en un pie. El pequeño ha salido indemne. Roberto es hijo de un capitán de Artillería.
¡Mira, ahí viene su madre!
La pobre señora debió llevarse un susto fenomenal, a juzgar por lo desencajada que la vimos. Pero pronto recobró la tranquilidad al cerciorarse de que el accidente no revestía importancia. Y hasta sonrió cuando todos empezamos a gritar:
-¡Bravo Roberto! ¡Eres un hombre!
También nuestro director felicitó al muchacho, y cuando le hubieron acomodado en un vehículo camino del hospital más próximo, los estudiantes pasamos a nuestras clases respectivas comentando, muy elogiosamente, la acción de nuestro compañero.
Del libro Corazón de Edmundo de Amicis

viernes, 10 de agosto de 2012

Misteriosa Buenos Aires Manuel Mujica Lainez

"Misteriosa Buenos Aires" es una historia de la ciudad porteña donde la visión estética de los hechos, los personajes y los paisajes alcanza su realización magistral a través de relatos a veces imaginarios y a veces reales. Lo que en ella ocurre de trágico, de místico, de jocundo o de curioso forma parte de la cosmovisión de Manuel Mujica Lainez y su modo pecular de revivir el pasado.

Manuel Mujica Lainez nació en Buenos Aires en 1910 y murió en 1984. Escribió más de veinte libros (novelas, cuentos, biografías, poemas, crónicas de viaje y ensayos), entre los que cabe mencionar Los ídolos, La casa, Invitados en el paraíso, Bomarzo, El brazalete, El unicornio, entre otros. Varias novelas y cuentos suyos fueron llevados al cine y a la televisión, y el compositor Alberto Ginastera realizó una ópera, hoy legendaria, basada en la novela Bomarzo. "Manucho" Mujica Lainez obtuvo múltiples premios por su obra literaria, entre ellos el Premio Nacional de Literatura en 1963 y la Legión de Honor del Gobierno de Francia en 1982. Sus libros fueron traducidos a más de quince idiomas.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Rayuela Julio Cortázar

Siempre que viene el tiempo fresco, o sea al medio del otoño, a mí me da la loca de pensar ideas de tipo eséntrico y esótico, como ser por egenplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga calor, o de ser hormiga para meterme bien adentro de una cueva y comer los productos guardados en el verano o de ser una bívora como las del solójicO, que las tienen bien guardadas en una jaula de vidrio con calefación para que no se queden duras d frío, que es lo que les pasa a los pobres seres humanos que no pueden comprarse ropa con lo cara questá, ni pueden calentarse por la falta del querosén, la falta del carbón, la falta de lenia, la falta de petrolio y tamién la falta de plata, porque cuando uno anda con biyuya ensima puede entrar a cualquier boliche y mandarse una buena grapa que hay que ver lo que calienta, aunque no conbiene abusar, porque del abuso entra el visio y del visio la dejeneradés tanto del cuerpo como de las taras moral de cada cual, y cuando se viene abajo por la pendiente fatal de la falta de buena condupta en todo sentido, ya nadie ni nadies lo salva de acabar en el más espantoso tacho de basura del desprastijio humano, y nunca le van a dar una mano para sacarlo de adentro del fango enmundo entre el cual se rebuelca, ni más ni meno que si fuera un cóndoR que cuando joven supo correr y volar por la punta de las altas montanias, pero que al ser viejo cayó parabajo como bombardero en picada que le falia el motor moral. ¡Y ojalá que lo que estoy escribiendo le sirbalguno para que mire bien su comportamiento y que no searrepienta cuando es tarde y ya todo se haiga ido al corno por culpa suya!
          CÉSAR BRUTO, Lo que me gustaría ser a 
          mí si no fuera lo que soy (capítulo: Perro de
          San Bernaldo).

Tomado del Libro Rayuela de Julio Cortázar
Seix Barral, 1985.

martes, 7 de agosto de 2012

Ulrich Schmidl y el Paraguay

El hecho de que uno de los primeros cronistas de la conquista del Río de la Plata fuera alemán no podía pasar desapercibido al Instituto Cultural Paraguayo-Alemán. Y esa es la razón por la cual la Biblioteca-Medioteca lleva su nombre.
    Con la debida distancia que permite el tiempo y sin tomar partido por los métodos con los que los conquistadores llevaron a cabo sus hazañas , al ICPA( Instituto Cultural Paraguayo-Alemán) interesó por encima de todo el hecho de que Ulrich Schmidl dejara para la posteridad su versión de los sucesos. Schmidl llevó un diario detallado y descriptivo de las exploraciones y conquista del territorio, y pese a que algunos críticos le achaquen una prosa poco cuidada o escasa rigurosidad en su cronología, lo cierto es que fue testigo presencial de cuanto describe.
Hoy sus crónicas constituyen una valiosísima fuente de consulta y permiten una importante aproximación a los sucesos a través del tiempo.

Cronológicamente la suya está considerada la segunda obra sobre la historia del Paraguay. La primera fueron "Los comentarios" de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, impresa en Valladolid en 1555; la de Schmidl apareció por primera vez en 1567.
Su relato refleja el carácter fuerte de un soldado propenso a las aventuras, desempeñando con éxito comisiones arriesgadas en varias ocasiones.Gozaba de gran consideración entre sus camaradas de armas y tuvo gran influencia en importantes pronunciamientos.
Ulrich Schmidl se embarca en 1534 hacia el Río de la Plata formando parte de la expedicióndel Adelantado Pedro de Mendoza. La flota estaba formada por 14 barcos. Junto al Primer Adelantado participó de la primera fundación de Buenos Aires, que entonces recibió el nombre de Santa María del Buen Aire.
La expedición estuvo conformada por 2.500 españoles y 150 alemanes.
Los primeros ejemplares de ganado equino que llegaron al Río de la Plata venían en esos barcos.
Durante 20 años recorrió lo que llama "Paraíso de las selvas del Paraguay y el Chaco", visitando regiones de países que hoy en día conocemos como Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia.
Sus relatos, testimonios de un conquistador no español, se convierten en las primeras crónicas de los territorios que luego serían Argentina y Paraguay.
Schmidl formó parte también de la expedición de reconocimiento al norte de Paraguay a cargo de Domingo Martínez de Irala en 1542, enviada por el Adelantado Cabeza de Vaca, con quien tuvo una relación tensa y conflictiva, como quedó plasmado en sus diarios. Partidario de Irala, participó activamente en la primera sublevación contra Cabeza de Vaca.
Con aproximadamente 23 años partió de Alemania y regresó a su país con alrededor de 44 años. Se desconoce la razón por la que el conquistador decidió dejar su ciudad natal Straubing. Nombrado consejero de Straubing, por declararse reformista y seguidor de la doctrina de Lutero fue desterrado de su ciudad en 1562, por lo que se trasladó a Regensburg o Ratisbonia, en donde escribió el relato que se publicó por primera vez en 1567 en alemán. Falleció entre 1580 y principio de 1581 con cerca de 70 años. Contrajo nupcias en tres oportunidades y no dejó descendencia.


Tomado del Libro"Huellas Alemanas en el Paraguay"
Un Homenaje al Bicentenario de la Independencia de la República del Paraguay de la Embajada de la República Federal de Alemania. Asunción 2011.



Desde la piedra por Olga Bertinat


Desde las primeras manifestaciones en piedra, en madera, en tabletas de arcilla con escritura cuneiforme hasta llegar al libro electrónico, la escritura y los libros fueron cambiando a través de los siglos. Actualmente los libros físicos comparten espacio con otros soportes en la era del e-book.
Frente a los nuevos recursos tecnológicos, el papel  va perdiendo primacía. A partir de 2002, en Estados Unidos, fueron varios los periódicos impresos que  fueron cerrando sus oficinas para dar lugar a versiones virtuales. Hoy por hoy, títulos de los más diversos autores  pueden ser  encontrados y comprados con un click en tiendas virtuales como Amazon.com,  que fue la empresa que inventó el lector de libros electrónicos Kindle, cuyos modelos pueden almacenar  más de 3.500 libros en sus páginas virtuales.
El recientemente fallecido Steve Jobs, de la empresa Apple  fue uno de los creadores del  iPad, una tableta más sofisticada que el Kindle  ya que tiene otras funciones además de  ser un lector de libros electrónicos  y por eso es una herramienta muy vendida y un rival vigoroso de los libros físicos, a pesar de que su costo aún es muy elevado-superior al costo de una notebook promedio-, lo que la hace poco accesible.
Aquí  en Ciudad del Este, a la que muchos  llaman la “Ciudad Pirata”, no estamos ajenos al boom digital. Hay negocios que venden las últimas versiones de los artículos electrónicos más recientes, muchas veces inaccesible para nuestra gente; originales, valuados en dólares, o versiones pirateadas que cuestan hasta 75% menos.
Hoy, recorriendo las calles del centro, me topé con un joven que llevaba entre sus manos uno de estos iPads,  y un pendrive colgado del cuello. Compartimos una mesa en el puesto de empanadas, y se le veía eufórico. Era tal la atención que ponía en su pantalla de colores que me puse a observar lo que miraba, y le pregunté qué hacía.
-Yo me dedico a piratear libros-.  Y señalándome el pendrive añadió: Aquí tengo 500  títulos que descargué de Internet. Son los libros más leídos de la literatura universal, y tengo una misión: pasar todos  estos libros a la mayor cantidad de gente posible.
Lo miré con cara de asombro porque me pareció una misión  inaudita y fantástica. Se rió y me empezó a contar su historia: Yo vivía en Asunción, y allá tuve una infancia difícil. Vendía chipas y bollos  los domingos de mañana a la hora de  la misa, y en la canchita de fútbol por las tardes. Mis padres no tenían condiciones para comprarme los libros que alguna vez había hojeado en una librería,  y en la escuela no había biblioteca. A veces me iba a casa de un compañero, que tenía una colección de libros infantiles, y me pasaba la tarde leyendo. Mi amigo se enojaba porque quería jugar al fútbol y yo no le hacía caso. Un día me dio un libro, y me dijo llevátelo, te lo regalo, leélo en tu casa, pero vení a jugar conmigo.
Hace unos meses que empecé con esto. Descubrí unos sitios de descargas de libros, y a todos mis amigos que tienen computadora les copio lo que descargué, y ellos a su vez a sus amigos.
Cuando estaba por preguntarle otros detalles de su misión extraña  se levantó y dijo me voy. Casi gritando le pregunté cuál era su nombre.  Se dio vuelta, me miró sonriente y me dijo: Mis amigos me dicen Jack Sparrow.  Y  ya no lo vi, se aglutinó acelerado entre la gente que circulaba en  la calle, y se perdió entre los turistas de la ciudad pirata.
Tomado de la revista El tereré
Octubre de 2011 Nº 16

lunes, 6 de agosto de 2012

Los pasos perdidos Alejo Carpentier

En Los pasos perdidos, un músico, cuya vida se desliza entre las adulteraciones y los falsos valores de la civilización, emprende un viaje al interior de la selva sudamericana en busca  de unos primitivos instrumentos musicales de los aborígenes. En contacto con la naturaleza virgen y con seres que viven una existencia bastante elemental, se ve retrotraído al pasado y al mismo tiempo cree renacer, siente renovada su capacidad para emplear más plenamente sus facultades, como la de amar, por ejemplo. Olvidándose de su histriónica esposa y deshaciéndose de una amante decadente y pervertida, acepta el amor íntegro y simple que le ofrece Rosario, una morena que se designa a sí misma, expresando su entrega,"Tu mujer". Pero no se cortan así nomás las amarras que atan al mundo civilizado...
El volumen incluye también Viaje a la semilla, un magistral cuento alegórico que narra la vida de Marcial desde el final hasta el inicio.

A los escobazos por Aurora Bitón


  “Soy silenciosa, no molesto con mi actividad”. Trabajo para subsistir y cuando me instalo en un lugar respeto los derechos ajenos: pero no admito que desconozcan los míos. Hace tiempo que me instalé en este altillo y ahora, la dueña de casa primero me amenazó con el plumero y luego la emprendió con la escoba. No le gustan los adornos que puse. Yo supongo que si hubiera traído a un experto en decoración para asesorarme, los resultados hubieran sido otros. Pero hay que comprender que con la actual inflación no hay presupuesto que aguante. No puedo permitirme un gasto así.

Estoy trabajando de luna a luna para conseguir un sustento mínimo, algo para por lo menos alimentarme, y esta mujer amenaza con matarme, dice que quiere hacerme desaparecer. El otro día anunció que contrataría una empresa de desinfecció. Por otro lado hace alarde de estar participando en una campaña de solidaridad, pues ella sabe cuánto sufren quienes no tienen para comer. Habla del derecho a la salud, para ser sano hay que comer. Si limpia tanto todo y desinfecta hasta los rincones, en esta casa no hay ni un mísero insecto. ¿Dónde quedaron la libertad, la igualdad, la solidaridad, la generosidad? Lo que veo es que triunfan los escobazos y la mortandad. Y las pobres arañas como yo, no encuentran en sus telas ni siquiera un mosquita. ¡Que horror! ¡Moriré de hambre!

Viaje al Río de la Plata Ulrico Schmidl

Ulrico Schmidl era un soldado alemán que acompañó a Pedro de Mendoza en la fundación de la primera Buenos Aires. Permaneció en el Río de la Plata durante diecisiete años. Participó en la defensa de la población ante los ataques de los indios, marchó con Ayolas al Paraguay, luchó contra los guaraníes y estuvo en la creación de Asunción. Sirvió luego a las órdenes de Irala, presenció la llegada y la destitución del segundo adelantado, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y tras muchas peripecias regresó por fin a su Baviera natal en 1554.
Ya en su patria, Schmidl escribió un extraordinario relato de los acontecimientos que vivió en América. La narración es imaginativa pero fundamentalmente veraz. Casi Cuatrocientos sesenta años después, no ha perdido nada de su frescura y su interés. La voz del guerrero curtido por años de combates y privaciones describe ingenua pero descarnadamente  el feroz choque de culturas que significó la conquista española.
Viaje al Río de la Plata es, por sobre todo, un testimonio de valor   único: el primer libro escrito sobre nuestra tierra.



Niño azoté



domingo, 5 de agosto de 2012

El Palacio de los Sueños Ismaíl Kadaré


Los altos muros del Palacio de los Sueños cobijan los sueños y delirios de un imperio ignoto, la verdadera fuente de su poder.
Su dominio evanescente e indefinible se extiende por los confines del reino, carente de nombre y de rostro.
Mark-Alem ingresa en la institución como un funcionario más, con el cometido de explorar el laberinto en el que suele extraviarse la conciencia humana.


El Palacio de los Sueños: En el centro de un imperio sin nombre que se extiende casi hasta los confines del mundo se encuentra el Tabir Saray, el Palacio de los Sueños, donde a diario llegan cientos de miles de sueños procedentes de las ciudades y aldeas más recónditas; sueños de súbditos ilustres y de anónimos verduleros, zapateros remendones o pobres agricultores, que sueñan despiertos con que algunas de sus oníricas visiones se gane el favor del sultán y éste, agradecido, les cubra de oro y parabienes.
Pero el Palacio de los Sueños no está hecho a la medida de los cuentos maravillosos: en sus gélidas y laberínticas tripas de piedra, los sueños son leídos, cribados, desmenuzados, releídos e interpretados por impenetrables funcionarios de rostro sombrío.
En el último de este minucioso procedimiento es, cuando menos, insondable.
Mark-Alem, un miembro de la insigne familia de los Qyprilli, es uno de los incontables funcionarios que trabajan en Tabir Saray. Extraviado por los largos corredores, esos pasillos idénticos llenos de puertas mudas que componen las dependencias del palacio, el joven Qyprilli escudriña uno tras otro los legajos en los que están consignados los sueños en busca de claves ocultas cuyo sentido yace apelmazado en la apretada caligrafía. Poco a poco, los sueños y el palacio parecen converger en una esfera superior, un mundo enajenado más subyugante que la misma realidad, porque en su interior se destilan los secretos del verdadero poder, imposibles de desvelar.

viernes, 3 de agosto de 2012

"Desde la Vereda" Cuento de Olga Bertinat Porro

En el V Concurso de  Narrativa del Yo, realizado en Posadas, Misiones, Argentina,bajo la coordinación de la señora Aurora Bitón, mi cuento "Desde la vereda" formó parte de la Antología 2012. En esa ocasión participé  como Invitada Especial de la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Misiones.

DESDE  LA VEREDA

Siempre transito la misma vereda. Todos los días la misma rutina. Paso primero enfrente de lo de Pablo; luego por lo de Tita  y enseguida alcanzo el trayecto del paredón alto, el que encubre la casa abandonada; en ese espacio de vereda  los yuyos emergen retorcidos por entre las baldosas resquebrajadas y la tierra colorada aprovecha  y se desparrama por las roturas. La casa abandonada me perturba; siempre estuvo allí y siempre ha estado vacía, desde que nos vinimos para acá. La intendencia dijo que tomaría providencias, pero hasta ahora, nada. Sigue erguida pero enclenque. La miro a través del portón de hierro que sucede al paredón y siempre tengo el mismo pensamiento:-¡Cualquier día se viene abajo!
Después  del caserón viene la despensa de Juancho Alegre y en la esquina hay  una casilla donde venden frutas y hacen mini carga para teléfonos celulares. El que atiende es nuevo, hace poco que se mudó y no lo conozco bien; vino y alquiló la casilla de Eustaquio que desde que se enfermó dejó todo y se fue a vivir con la  hermana. La parada del ómnibus está a la vuelta de la esquina. Veinte años caminando la misma vereda, pasando siempre por la misma senda, de ida y de vuelta, es conocerla de memoria.
Hoy, al volver del trabajo veo algo distinto. Un cartelito blanco con letras negras prolijas dice: SE VENDE…y  más abajo un número de teléfono.  ¡Está colgado en el portón de la casa vacía! ¿Quién lo puso? Camino rápido y llego a casa. Mi madre me espera como siempre, sentada en el frente con el mate pronto. Al verme se levanta y me hace un gesto:
-¿Viste? La venden. ¡Quién compraría semejante cachivache! Se está por caer; es mejor que la demuelan, que vendan el terreno vacío, antes de que ocurra una desgracia.
-¿Quién lo puso?-indago con  curiosidad descontrolada.
-No sé, apareció colgado.  
Volví sobre mis pasos y fui a copiar el número de teléfono para llamar. Siento como si fuera una obligación saber algo, sólo saber…

-Ahora ya es tarde para llamar;  llamá mañana temprano- dice mamá.

Entramos a casa y ella comienza a hablarme de los gastos con el dentista, de la cita que tiene para mañana con el doctor y la oigo como si sus palabras salieran de un tubo largo, retumban, no puedo concentrarme en lo que me dice, sigo pensando en la casa vieja, en el cartel, y una indagación sin límites me irrumpe.
Me acuesto y no puedo dormir, doy vueltas en la cama, me retuerzo de curiosidad y por fin amanece. Son las seis. ¿Llamo ahora? No. Voy a esperar un rato más. Capaz que el número sea de una oficina, todavía estará cerrada.
Me preparo un  café con leche, mi madre duerme aún y yo sigo pendiente de la hora. Voy a esperar hasta las siete y llamo. Falta media hora todavía. Comienzo a dar vueltas en la cocina para que la hora pase más rápido; mamá se levanta y me pregunta: ¿Qué te pasa? ¡Te veo tan nerviosa!
-Es por la casa. ¡Tantos años hace que vivimos acá y nunca supimos nada relativo a ella! ¿Cómo es que ahora alguien aparece de la nada y cuelga un cartel?
Por fin es la hora de llamar; levanto el tubo del teléfono y disco el número. Del otro lado una voz femenina me responde, parece de alguien mayor:
-¿Sí? ¡Diga!
-Mi voz suena temblorosa cuando explico: estoy llamando  por la casa que está en venta.
-¿Quién habla?
-Soy Juana Arzamendia -respondo vacilante.
-Mire Juana, el precio es de oferta: 80.000 mil pesos. Le adelanto que se puede financiar; todo es cuestión de conversar y de llegar a un acuerdo.
-¿Usted es la dueña?
-Sí, soy yo…la casa perteneció a mis abuelos, luego a mis padres…he decidido venderla porque no puedo ocuparme de ella…los impuestos están caros ¿sabe?
-Me gustaría verla. ¿Podemos marcar una visita?
-Por supuesto. ¿Hoy a  las 2 de la tarde le queda bien?
-Sí, sí, está bien -contesto apresurada.
Cuando corté, mi madre estaba histérica. ¡Vos estás loca! ¡Esa casa vieja se te va a venir encima en cuanto abran la puerta!
Llamo al trabajo y  pido permiso: ¡Es un caso de fuerza mayor!

¡No tiene sentido! ¿Para qué querés verla?-me dice mamá. No podía contarle. Es que durante veinte años yo había tejido mil historias en torno a la casa; de hombres y mujeres desconocidos viviendo extrañas vidas; de fantasmas deambulando en sus corredores, de gente que había muerto colgada en los puntales, de anónimos que la habitaban y que salían por las noches a vagar en el patio…; historias inventadas que me acompañaban desde que mis ojos observaban sus contornos a través del portón de hierro hasta que llegaba a la parada del ómnibus y que al volver, volvían conmigo masticadas y repasadas luego de un día agotador.

Espero que sean las dos, me visto y salgo a la vereda.
Afuera la calle está desierta, camino por la vereda hasta llegar al paredón y espero. Al rato llega un taxi, se baja una señora mayor que trae un manojo de llaves en una de las manos. Me saluda, abre el candado del portón y entramos. El patio es amplio y la casa ocupa gran parte de él. Desde adentro la casa parece más habitable, no la veo tan enclenque ni estropeada como desde afuera. La mujer se aproxima a la puerta principal, toma la llave y abre la casa. ¡No se cae, sigue en pie! El olor a humedad y encierro me penetra en las narices. Caminamos por los cuartos, por la sala y la cocina, todo está vacío. No hay nada que se asemeje a mis recuerdos concebidos. No hay ningún baúl, ni ropero antiguo, ni espejos en las paredes, ni cuadros, ni cortinas, ni candelabros, ni mesas de mármol como yo me había imaginado. Es simplemente una casa vieja, desvencijada y vacía, que se quiere vender. Y yo la miro, la observo, la veo y es tan ajena a todos mis recuerdos creados, que contengo el impulso de salir corriendo.

-No me interesa-le digo.

Salgo a la vereda y comienzo a caminar deprisa, no sé ni  hacia dónde me dirijo, sólo sé que voy a  pasos largos, tratando de espantar de mi memoria a los fantasmas y a las reminiscencias de lo que nunca fue.