viernes, 2 de diciembre de 2016

La criadita. Cuento de Olga Bertinat de Portillo*

Foto tomada de Internet
LA CRIADITA
    Francisca  llegó  a la escuela con una sonrisa en los labios. Iba al cuarto grado y  tenía doce años. Era muy delgada,  el pelo lacio y fino y  grandes ojos negros. Las ojeras azules resaltaban aún más  su piel blanca y delataban una infancia humilde de  días de hambre; pero sonreía porque cumpliría su sueño de continuar la escuela.
    Como cada año, el primer día de clases era igual: la  algarabía de los niños correteando en los pasillos, el trajinar de la directora por el patio  tratando de poner orden dando  golpecitos sonoros con la campanilla: tilín, tilín y viendo como en un rincón  los más chiquitos lloraban porque no querían separarse de sus madres;  en la cantina los más sosegados comían golosinas y los más grandes  conversaban sobre el tiempo que habían estado separados, cada uno relatando sus anécdotas vacacionales. Existía un ambiente de camaradería y  había motivos para ello: la felicidad del reencuentro.
     Francisca ansiosa, se frotaba las manos, las metía en los bolsillos del guardapolvo y las volvía a quitar. Estaba feliz de volver a la escuela que había comenzado en Sapucai,  donde habían quedado sus padres y hermanitos.
    Cuando los niños estaban en el auge de la bulla, se oyó  un sonido estridente  que  provenía de la dirección y que sobresaltó a más de uno. Era el aviso de la hora de entrada y los niños fueron llamados a formar fila;  reunidos por grados cada grupo con su  maestra.  La directora dio un  mensaje breve de bienvenida, cantaron el himno nacional  y luego  pasaron a las aulas. 
    La maestra de Francisca, la señorita Eladia, era una solterona muy simpática y bondadosa que esperaba la jubilación desde hacía tiempo, pues ya había cumplido los años para  retirarse y se preguntaba: “¿Éste  será el último?... ¡Dios no lo quiera!”.
    Luego de  sentar  a los niños  les preguntó sus nombres y edades y los hizo ponerse de pie para responder. Notó que Francisca era la mayor del grupo y  le cayó en gracia enseguida. Fue así como la maestra supo que Francisca  había venido desde Sapucai a Asunción para cuidar a los hijos más pequeños de su madrina y para ayudarla en  los quehaceres de la casa; a cambio le darían comida, ropa  y podría ir a la escuela.
    Los primeros días habían transcurrido tranquilos y a la niña se la veía bien,  pero luego de dos semanas de clases  la maestra comenzó a notar que Francisca bostezaba y que traía las tareas  sin terminar. Además  estaba más delgada y más ojerosa que antes.
    -¿Por qué no hiciste las tareas?- le preguntó la maestra amablemente.
Francisca miró al piso. Ya no sonreía como el primer día. Dijo que estaba cansada  porque  el niño más pequeño estaba enfermo y ella tenía que hamacarlo  hasta que se durmiera.
    -Llora mucho.
    A partir de ese día la maestra comenzó a observar a Francisca y vio como la niña se volvía cada vez más callada y triste. Las tareas sin terminar delataban que algo andaba mal y entonces decidió llamar a la madrina.
    El lunes a la hora señalada llegó la señora. Su rostro denotaba cierta irritación y con tono prepotente se dirigió a la señorita Eladia diciendo:
    -¿Para qué me hizo venir? ¡Si es por Francisca pierde el tiempo! ¡Es una haragana!
La maestra tratando de ocultar su desagrado por la falta de cordura de la señora, intentó apaciguar el momento y le respondió con palabras sensatas:
    -Estoy  preocupada  por la niña. Ella  no cumple con las tareas  y  además la  noto muy cansada  y pensativa. Me dijo que uno de los niños estuvo enfermo y que lloraba mucho.
La señora dio un salto y refutó:
    -¡Es una mentirosa! ¡Querés hacerle un favor y  así te paga!
La maestra se sorprendió al percibir el resentimiento de la mujer, que hablaba de su ahijada con cierta aversión y rabia. Con aparente  serenidad  la maestra le dijo que tratara de ayudar a la niña, que no dejara que se le acumulen las tareas de la clase  porque le sería muy difícil pasar de grado  si no la ayudaba.
La señora se levantó y se dirigió a la puerta y antes de salir dijo:
    -¡No se meta, esto no es asunto suyo!
    Al día siguiente Francisca no fue a la escuela. La maestra se preocupó,  pero sabía que la niña había estado engripada  y pensó que quizás  por eso no había venido.
    Pasaron varios días y entonces Francisca apareció. Se sentó en un rincón de la clase y sus ojeras ya no eran azules, eran rojizas; se notaba que había estado  llorando. La maestra, mientras los niños copiaban la tarea del pizarrón, trató de sonsacarle algo. La niña miraba al piso en silencio. Y antes de que  volviera a preguntarle cosa alguna, se levantó el guardapolvo y le mostró las marcas rojizas  que tenía en las piernas dejadas por un cable  o por una rama de guayabo.
    -¡Dios mío!-exclamó la maestra.
Francisca dijo pausadamente:
    -Fue por el hijo mayor que es cadete...y la señora no es mi madrina…yo le mentí maestra, porque me gustaba tener una madrina...
La maestra se quedó callada y se le hizo un nudo en la garganta. Después de tantos años de magisterio conocía de memoria este tipo de  historias crueles; la mayoría de las veces con desenlaces dolorosos.
    -Lo único que quiero es terminar la escuela.
Se hizo un silencio largo y en ese momento la directora irrumpió en el aula.
     -Necesito hablar con usted, señorita Eladia-dijo.
La maestra siguió  a la directora  hasta su despacho y ésta  enseguida le contó las novedades:
   -Llegaron los documentos de su jubilación…después de tantos años me imagino que se pondrá feliz de saberlo ya que partir de ahora podrá dejar la escuela definitivamente…su reemplazante ya fue nombrada por el Ministerio.
La maestra quedó paralizada, fue como si le hubiesen derramado un balde de agua fría. Si bien esperaba la noticia desde hacía tiempo, no hubiera querido recibirla.
    -La  hora de dejar a los niños llegó, muy a mi pesar-dijo- y salió del despacho de la directora con un desasosiego que le oprimía el corazón.
Al volver al aula, sin alegría anunció a sus alumnos  que ya no sería la maestra.  Todos aplaudían  y gritaban: -¡Chau maestra, chau maestra! menos Francisca que en el rincón lloraba tristemente.
    Unos días antes de apartarse definitivamente de su cargo, la señorita Eladia le rogó a la directora  que vigilara a Francisca, le dijo que interviniera si fuese necesario pues la niña requería protección.  Luego de realizar los trámites burocráticos pertinentes dejó la escuela para siempre y se marchó a vivir a  su pueblo natal, Caraguatay, donde tenía parientes y  con los ahorros de toda la vida había comprado una casita de material.
La directora le había prometido que tendría en cuenta el encargo y que le comunicaría  a la nueva maestra la situación de Francisca para que estuviera al tanto y que  la apoyase en caso ineludible.
    La señorita Eladia se fue con la tranquilidad de que sus colegas harían lo mejor por la niña, sin embargo con el ajetreo de los días,  las reuniones de padres, las  jornadas de capacitación de profesores y  los niños traviesos, se les olvidó Francisca. Nadie la volvió a recordar.
    Y Francisca deambula por las vías de tren que bordean Sapucai; camina pensativa pisando los rieles  y a veces pega  saltitos en una pierna sobre los durmientes. Dejó la escuela hace unos meses. La señora la trajo de vuelta… A los padres  les dijo: -“Hubo problemas con mi hijo mayor que está en el  Cimefor”; y con cierta frialdad  les entregó un paquete  que contenía doscientos mil guaraníes y unas ropitas usadas de criatura.
     Y el vientre de Francisca crece ínfimamente  pues el hambre azota. El niño que lleva en sus entrañas lo siente y de las tripas  hace brotar su rumor inconfundible.

    Y ella sueña con los cuadernos y  piensa que algún día volverá a la escuela. Sueña también con una madrina buena  y  que come un plato  de  guiso con un pedazo de  pan.   
* Cuento que obtuvo la Tercera Mención en el Concurso de Cuentos Elena Ammatuna 2016  
                                                                                      

jueves, 27 de octubre de 2016

Marosa Di Giorgio

Marosa Di Giorgio nació el 1 de enero de 1932 en Salto (Uruguay) y falleció en Montevideo el 17 de agosto de 2004. Fue una poeta muy conocida por su estilo erótico y atrevido.
Sus primeras publicaciones vieron la luz en los años 50 y muy pronto le hicieron ganar una gran popularidad. Algunas de las más conocidas fueron "Los papeles salvajes", "Diamelas a Clementina Médici" y "Reina Amelia". Casi toda su obra fue traducida a varios idiomas, entre los que se encuentran inglés, francés, italiano y portugués y ha sido galardonada en diversas ocasiones.
Se la considera una poetisa sumamente singular, no sólo por sus obras sino también porque contaba con un especial carisma para compartir lo que escribía; participaba de cuanto recital poético existía y declamaba sus propios versos con una fervorosa pasión. Entre los temas más reincidentes de su poesía se encuentran el miedo, la soledad, la sorpresa y el deseo, los mismos van cambiando de forma y presencia a lo largo de toda su poesía.
En nuestra web podrás leer algunos de sus poemas, tales como "A la hora en que los robles se cierran dulcemente", "Clavel y tenebrario (fragmentos)" y "Estoy sentada en medio de la soledad del bosque".

Lee todo en: Marosa Di Giorgio - Poemas de Marosa Di Giorgio http://www.poemas-del-alma.com/marosa-di-giorgio.htm#ixzz4OJEd7oBb

martes, 18 de octubre de 2016

Pena. Poesía de Olga Bertinat de Portillo

Pena

Una lágrima resbaló
 y rodó silenciosa;
atravesó los surcos
de la marcada tez,
y deslizándose
lentamente
llegó a la mesa.

Y   fueron llegando:
una,
luego otra
y otra...
dibujando en la madera
lagos tibios
transparentes y pequeños,
miniaturas de tristezas,
charquitos salados
 de dolor...

Y la pena quedó allí,
muda,
inmóvil,
vana,
mísera,
convertida en nada...

¡La inmensa pena!

Ganadores "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"



Primer Premio:
Adriana Ester Miranda Sánchez
Cuento:
La sopa de lentejas 
Premio:
Gs. 4.000.000 más 60 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"
Primera Mención Especial:
Nathalia María Echauri Castagnino
Cuento: 
Georgia 
Observación: Ambos cuentos obtuvieron el mismo puntaje por parte del jurado y existió un empate en la primera posición. Para recibir el premio, es requisito fundamental asistir a la premiación, por lo que es recomendable que los autores residan en el país. En este caso la autora está becada en Italia. La organización respeta las bases y condiciones, pero de todos modos, por la calidad de la obra, la misma será publicada como Primera Mención Especial.
  



Segundo Premio:
María Luz Benítez
Cuento:
Infierno Grande
Premio:
Gs. 2.000.000 más 50 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"

Segunda Mención:
Estela Franco
Cuento:
Despojos de nómadas
Premio:
Gs. 1.000.000 más 30 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"
Tercera Mención:
Olga Laura Bertinat de Portillo
Cuento:
La criadita
Premio:
Gs. 1.000.000 más 20 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"
Cuarta Mención:
Alejandro Javier Marecos Aquino
Cuento:
El Hombre Invencible
Premio:
Gs. 1.000.000 más 10 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"
Quinta Mención:
Hugo Centurión Mereles
Cuento:
Flor del Jasuka
Premio:
Gs. 1.000.000 más 10 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"



Mención sin orden de prelación:
“La Reina del Bife” de Carlos Alberto Vera Abed
“María Obe” de Susana Aspitia Navarro
“Secuestrados” de María Angélica Medina Montalto
“Sin dormir” de José Antonio Galeano
“Serena” de Elías Nicolás Sánchez Alfonzo

lunes, 17 de octubre de 2016

Escritorios. Por Eduardo Berti

Nunca tuve lo que se llama una “habitación de escritura”. O, mejor dicho, aun cuando alguna vez la tuve nunca logré que funcionara rigurosamente como tal. Durante casi una década, entre mis veinte y treinta años, me gané la vida (y, más que eso, disfruté y aprendí mucho) trabajando en distintas redacciones periodísticas, sobre todo la del entonces flamante diario Página/12 de Buenos Aires, donde tuve la buena suerte de estar rodeado no sólo de excelentes periodistas, sino también de brillantes escritores de toda clase: reconocidos como Juan Gelman u Osvaldo Soriano, más o menos en ciernes como Martín Caparrós, Marcelo Birmajer o Rodrigo Fresán, secretos como el aún inédito Salvador Benesdra, de culto como Miguel Briante y muchos más –hombres, en su mayoría–, desde Enrique Medina hasta Antonio Dal Masetto.
Para calmar mi deseos (o mi vanidad) de escribir, lo más común era que cada dos por tres me escabullera a algún café de la zona, casi siempre con el pretexto de una entrevista o una valiosa información. No era recomendable ir al bar de la esquina (el que Soriano apodaba “la mueblería” porque, sí, parecía un negocio de venta de feos muebles como tantos otros en la misma avenida Belgrano), era mejor buscar un sitio más oscuro y menos frecuentado por los colegas de la redacción. En cualquier caso, mis lugares de escritura eran los bares, hasta tal punto que me fui acostumbrando a ellos —para horror de quienes ven a los escritores de café como ingenuos postulantes a una bohemia ilusoria— y, cuando ya no frecuentaba redacciones, cuando ideé otras formas de ganarme el pan porque ya no disfrutaba como antes con el periodismo, si bien monté en mi casa de Buenos Aires un “cuarto de escritura” (con "escritorio de escritura" y todo), este terminó cumpliendo más bien funciones accesorias: alojar buena parte de mis libros o esconder ese horrible objeto que era mi primera computadora, tan alejada del diseño delicado y casi invisible de las portátiles de hoy.
Suelo escribir a mano en pequeños cuadernos que caben en algún bolsillo. Tarde o temprano, vuelco eso en la computadora de turno, imprimo en letra grande si me sobra tinta y papel o en letra más apretada si ando en aprietos de dinero y sigo corrigiendo en la página impresa, con bolígrafo azul la primera vez, con rojo o verde si emprendo nuevas lecturas. Hay ligeras variantes, claro. A veces escribo tan solo en las carillas impares (a la derecha del cuaderno) y reservo las pares para enmiendas, variantes o agregados, por ejemplo. A veces llevo dos cuadernos a la vez: uno para escenas largas, otro para fragmentos o apuntes aislados que seguramente emplearé. Lo invariable es que me cuesta trabajar en un lugar fijo. ¿Para qué echar una especie de ancla cuando uno puede navegar? Incluso cuando me tienta escribir en casa, cosa que también ocurre, no tengo empacho en hacerlo en la bañadera, en la cama, en un sillón o en la mesa de la cocina.
Escribí gran parte de Todos los Funes en unos largos viajes en tren que debí emprender por entonces. El movimiento me resultó especialmente inspirador. Escribí gran parte de La mujer de Wakefield durante una serie de viajes/escapadas a Montevideo. Era primavera, verano u otoño; hacía, casi siempre, buen tiempo. Yo caminaba por las calles, armaba una o dos frases en mi cabeza, me sentaba en cualquier lugar (en bancos públicos, recuerdo), apuntaba esa frase y seguía caminando. Tiempo después leí que a Chico Buarque le gustaba (tal vez le gusta todavía) componer así canciones.
Sé que muchos escritores no podrían trabajar sin la room of our own de la que hablaba Virginia Woolf (“una mujer, si quiere escribir ficción, debe tener dinero y una habitación para ella sola”); yo he descubierto que el ruido compacto de un bar, del tránsito urbano o del rumor de un tren u otro transporte público me distrae menos y estimula más que la voz clara y puntual de un vecino. Es como con la música de fondo: imposible escribir si hay un cantante o la presencia “muy cantante” de cierto instrumento solista.
Este texto, por ejemplo, lo empecé a escribir en un rincón del Paseo del Prado, no lejos del museo del mismo nombre, en Madrid, y lo terminé en mi casa, con la computadora sobre las rodillas

(Escrito hace algunos años ya para el blog de Jesús Ortega: "Proyecto escritorio")

Enlace:  http://proyectoescritoriojesusortega.blogspot.fr

La foto es de Daniel Mordzinski, cuando compartimos un maravilloso viaje de trabajo al norte de la Argentina. 

La Academia Sueca se rinde en su intento de contactar con Bob Dylan por el Nobel

Tras cuatro días intentando contactar con Bob Dylan, la Academia Sueca renuncia a comunicarle que ha sido galardonado con el Nobel de Literatura. En los conciertos que ha dado estos últimos días, el músico no ha hecho ningún comentario al respecto
La Academia Sueca ha renunciado a comunicarle directamente al estadounidense Bob Dylan que ha sido distinguido con el Nobel de Literatura de este año, después de cuatro días intentando ponerse en contacto con él sin éxito. Sara Danius, la secretaria de esta institución que elige cada año al ganador del Nobel en esa categoría, lo confesó así este lunes a la emisora pública Radio de Suecia. Los representantes de la Academia Sueca han hablado con el agente del músico y con otras personas de su entorno, pero no han podido comunicarse con el artista, que no ha realizado ninguna declaración pública ni ha hecho comentarios al respecto en los conciertos que ha dado en los últimos días. Danius aseguró no estar preocupada a pesar de que todavía no se sabe si el músico aceptará el premio o acudirá a Estocolmo a recogerlo el próximo 10 de diciembre. Aún no saben si recogerá el premio "Tengo un presentimiento de que Bob Dylan puede venir. Puedo equivocarme, y claro que sería una pena que no viniese, pero en cualquier caso la distinción es suya y no podemos responsabilizarnos de lo que pase ahora. Si no quiere venir, no vendrá, será una gran fiesta igual", afirmó Danius.
Solo dos personas han rechazado el Nobel de Literatura en más de un siglo de historia: el escritor ruso Boris Pasternak, en 1958, forzado por las autoridades soviéticas, aunque lo aceptó más tarde; y el francés Jean Paul Sartre, en 1964, por su política de rehusar cualquier tipo de distinción. La Academia Sueca premió a Dylan por haber creado "nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense", según el fallo difundido el pasado jueves. Se ha convertido en un galardón polémico ya que es la primera vez que se distingue con el Nobel de Literatura a un cantautor y, por tanto, tiene sus defensores y sus detractores.


Ver más en: http://www.20minutos.es/noticia/2864993/0/academia-sueca-desiste-bob-dylan-nobel/#xtor=AD-15&xts=467263

El hombre de la caja. Cuento de Olga Bertinat de Portillo

Imagen extraída de Internet

EL HOMBRE DE LA CAJA

               La rutina era como una rueda colosal que giraba en torno de la carpa, como que  sus peripecias no tuvieran principio ni final y que todos los pueblos fuesen el mismo pueblo.
Los parlantes estridentes transitando por las calles polvorientas anunciaban su llegada, pero nunca su partida. Al principio venían cada seis meses y sus trastos ocupaban diez vagones bien cargados contando los de los animales: traían leones, elefantes, tigres y caballos pequeños…Ya en las postrimerías  solían llegar una vez al año, apenas con tres vagones. La decadencia del circo era evidente, ya no traían animales y las atracciones de ahora consistían en una pareja de enanos, una mujer barbuda, un alfeñique  y un hombre que traían escondido en una caja espaciosa de madera, llena de orificios para que el personaje misterioso respirara.

 El enigma me cautivó enseguida, pero para poder verlo había que pagar el doble.

La noche de apertura estuve allí desde temprano. La gente se había aglomerado cerca de la boletería para sacar las entradas. ¡Era siempre así el primer día! Esperé en la fila hasta que la muchacha apareció y comenzó a venderlas.

Cuando llegó mi turno le dije: -Quiero  ver al hombre de la caja.  
Ella sin mirarme me cobró y me entregó la boleta y  con el brazo extendido me señaló hacia una carpa triangular bastante colorida, armada debajo de la carpa grande.

 Caminé hasta allí  y vi colgado sobre la puerta de lona plástica un letrero de cartulina con una inscripción que indicaba:
- ¡VEA AQUÍ AL HOMBRE ELEFANTE!

 Me paré delante de la puerta en silencio, esperando ansiosa para entrar y enseguida una voz gangosa que provenía desde adentro dijo:
-¡Adelante!
Levanté la lona y entré.  Fue cuando lo vi. Estaba sentado en una silla de espaldas hacia la puerta. Una luz lánguida alumbraba el espacio. Entonces el hombre se paró y se volteó despacio. Su aspecto me impactó y controlé fuertemente mis ganas de salir corriendo.
De la cara le brotaba una trompa carnosa, esponjosa y rosada; como la de un elefante espantado; sus ojos desorbitados por la deformidad, no consiguieron hallar los míos. Sin saber qué hacer ni qué decir, me di vuelta y salí aturdida del lugar.  
 No pude quedarme a ver la función, se me habían encrespado las ganas… y, desde ese día,  el circo dejó de ser divertido.



                                                                                       
* Cuento presentado al Taller Literario Bilingüe seleccionado por Susy Delgado para el libro Textos Escogidos, 2012

viernes, 8 de julio de 2016

Palabra del día de la RAE: inconar

Viernes, 8 de julio de 2016
1. tr. coloq. El Salv. y Ven. enconar (‖ infectar).
enconar
 
Del lat. inquināre 'manchar', 'contaminar'.
1. tr. Inflamarempeorar una llaga o parte lastimada del cuerpoU. m. c. prnl.
2. tr. Irritarexasperar el ánimo contra alguienU. t. c. prnl.
3. tr. Cargar la conciencia con alguna mala acciónU. m. c. prnl.
4. tr. coloq. Ven. infectar (‖ invadir un microorganismo patógeno un ser vivo).
5. prnl. Obtener interés o lucro indebido en el caudalhacienda o negocio que semaneja.

http://dle.rae.es/?id=F8h5QKD

La familia de Pascual Duarte Camilo José Cela

Resultado de imagen para la familia de pascual duarteCamilo José Cela (1916), uno de los escritores españoles fundamentales del siglo XX, es autor de una extensa obra literaria, que va del cuento, la poesía y los libros de viajes al ensayo, las memorias, los artículos periodísticos, el cuento y la novela. Miembro de la Real Academia Española de la Lengua, recibió en 1989 el Premio Nobel de Literatura. Entre sus novelas destacan La familia de Pascual Duarte, La colmena (publicada por El Mundo en la colección Millenium I), Mazurca para dos muertos y Viaje a La Alcarria. La familia de Pascual Duarte, publicada en 1942 e inscrita en el llamado «tremendismo» literario, es la primera novela de Cela y la que inicia su reconocimiento por parte de la crítica y el público. El novelista ofrece en estas páginas la transcripción de las memorias de Pascual Duarte, un asesino que espera la ejecución en la cárcel de Badajoz, avisando de que es « un modelo de conductas», pero « un modelo para huirlo». El famoso comienzo de estas memorias -«Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo»- señala ya la congoja de un hombre que puede ser tomado como una hiena o como un manso cordero, «acorralado y asustado por la vida». Sucesivas desgracias van rompiendo el equilibrio de Pascual: la muerte del padre por rabia, la del hermano tonto al ahogarse en una tinaja de aceite, la del segundo hijo por un «mal aire traidor». Entonces, una extraña sed de sangre le impulsa en los momentos más desafortunados a matar a quien le hace daño, ya sea animal o persona. Una y otra vez parece que el destino le fuerza a actuar bárbaramente, olvidando con su terrible fatalismo que había nacido para «rosa en un estercolero». Esperando la muerte, junto con el frío ejercicio de la memoria que registra crímenes, injurias y huidas, le invade a Pascual Duarte un rudo arrepentimiento, más intuitivo que racional, que no deja de ser sincero a pesar de su ambigüedad. Terrible en su tremendismo, exacta en desvelar un alma desgraciada, la novela se abre paso entre la sombría dureza de la vida, lacónica, impactante.


Fragmento

Cuando tocó a enterrarlo, don Manuel, el cura, me echó un sermoncete en cuanto me vio. Yo no me acuerdo mucho de lo que me dijo; me habló de la otra vida, del cielo y del infierno, de la Virgen María, de la memoria de mi padre, y cuando a mí se me ocurrió decir que en lo tocante al recuerdo de mi padre lo mejor sería ni recordarlo, don Manuel, pasándome una mano por la cabeza me dijo que la muerte llevaba a los hombres de un reino para otro y que era muy celosa de que odiásemos lo que ella se había llevado para que Dios lo juzgase. Bueno, no me lo dijo así; me lo dijo con unas palabras muy justas y cabales, pero lo que me quiso decir no andaría, sobre poco más o menos, muy alejado de lo que dejo escrito. Desde aquel día siempre que vela a don Manuel lo saludaba y le besaba la mano, pero cuando me casé hubo de decirme mi mujer que parecía marica haciendo tales cosas y, claro es, ya no pude saludarlo más; después me enteré que don Manuel había dicho de mí que era talmente como una rosa en un estercolero y bien sabe Dios qué ganas me entraron de ahogarlo en aquel momento; después se me fue pasando y, como soy de natural violento, pero pronto, acabé por olvidarlo, porque además, y pensándolo bien, nunca estuve muy seguro de haber entendido a derechas; a lo mejor don Manuel no había dicho nada -ala gente no hay que creerla todo lo que cuenta- y aunque lo hubiera dicho... ¡Quién sabe lo que hubiera querido decir! ¡Quién sabe si no había querido decir lo que yo entendí!

Tomado de Internet:

http://letrahispanica.com/blog/wp-content/uploads/2012/02/cela_la_familia_de_pascual_duarte2.pdf

https://www.google.com.py/search?q=la+familia+de+pascual+duarte&espv=2&biw=1366&bih=667&site=webhp&source=lnms&tbm=isch&sa=X&sqi=2&ved=0ahUKEwiIn_eSweTNAhVJTZAKHXjfC-EQ_AUIBigB#imgrc=6vC43rmey4AhMM%3A