viernes, 28 de agosto de 2020

El rastro de tu sangre en la nieve. Gabriel García Márquez

 Se habían casado tres días antes, en Cartagena de Indias. Nadie, salvo ellos mismos, entendía el fundamento real ni conoció el origen de ese amor imprevisible. Había empezado tres meses antes de la boda, un domingo de mar en que la pandilla de Billy Sánchez, el novio, se tomó por asalto los vestidores de mujeres de los balnearios de Marbella. Nena Daconte, la novia, había cumplido apenas dieciocho años, acababa de regresar del internado de la Châtellenie, en Saint-Blaise, Suiza, hablando cuatro idiomas sin acento y con un dominio maestro del saxofón tenor, y aquel era su primer domingo de mar desde el regreso. Se había desnudado por completo para ponerse el traje de baño cuando empezó la estampida de pánico y los gritos de abordaje en las casetas vecinas, pero no entendió lo que ocurría hasta que la aldaba de su puerta saltó en astillas y vio parada frente a ella al bandolero más hermoso que podía concebir. Entonces Billy cumplió con su rito pueril: se bajó el calzoncillo de leopardo y le mostró su respetable animal erguido. Ella lo miró y sin asombro afirmó que los había visto más grandes y firmes.

Llegaron a conocerse mientras se le soldaban los huesos de la mano, que se había astillado en aquella aventura erótico-festiva, y él mismo se asombró de la fluidez con que ocurrió el amor cuando ella lo llevó a su cama de doncella una tarde de lluvias en que se quedaron solos en casa. Todos los días a esa hora, durante casi dos semanas, se entregaron uno a otro sin el menor pudor. Ya casados, cumplieron con el deber de amarse mientras las azafatas dormían en mitad del Atlántico, encerrados a duras penas y más muertos de risa que de placer en el retrete del avión. Sólo ellos sabían entonces, veinticuatro horas después de la boda, que NenaDaconte estaba encinta desde hacía dos meses.

La misión diplomática de su país lo recibió en el salón oficial. El embajador y su esposa no sólo eran amigos desde siempre de la familia de ambos, sino que él era el médico que había asistido al nacimiento de Nena Daconte, y la esperó con un ramo de rosas tan radiantes y frescas que hasta las gotas de rocío parecían artificiales. Al coger las rosas se pinchó el dedo con una espina del tallo y el dedo le empezó a sangrar, pero no le dieron mayor importancia. Más tarde le prestaron atención al dedo ensangrentado y pensaron ir a una farmacia pero pasaron alguna de largo y cuando se quisieron dar cuenta ya llegaban a París. El pinchazo era casi invisible. Sin embargo, tan pronto como regresaron al coche, después de comer algo y limpiarse la herida, volvió a sangrar, de modo que Nena Daconte dejó el brazo colgando fuera de la ventana, convencida de que el aire glacial de las sementeras tenía virtudes de cauterio. Fue otro recurso en vano, pero todavía no se alarmó. «Si alguien nos quiere encontrar será muy fácil», dijo con su encanto natural.«Sólo tendrá que seguir el rastro de mi sangre en la nieve.»

Después de aquello, poco, a poco, se comenzaron a alterar, ya que el dedo sangraba y sangraba sin parar y todo se comenzaba a empapar de sangre. Una vez llegaron al hospital, Nena Daconte se quedo con el doctor en una camilla y Billy Sánchez esperó fuera. Nena Daconte ingresó a las 9.30 del martes 7 de enero.






































Billy Sánchez estuvo durante mucho tiempo intentando que lo dejaran entrar en el hospital, eso mientras sabía donde estaba, porque al poco tiempo se perdió y no supo encontrarlo y hizo todo lo posible para volver a encontrarlo y ver a su mujer hasta que por fin lo encontró.

El médico levantó sus ojos desolados, pensó unos instantes y entonces lo reconoció.

- Pero ¿dónde diablos se había metido usted? -dijo.

Billy Sánchez se quedó perplejo.

-En el hotel -dijo-. Aquí, a la vuelta.

Entonces lo supo. Nena Daconte había muerto desangrada a las 7.10 de la noche del jueves 9 de enero,  después de setenta horas de esfuerzos inútiles de los especialistas mejor calificados de Francia. Hasta el último instante había estado lúcida y serena, y dio instrucciones para que buscaran a su marido en el hotel Plaza Athenée, donde tenían una habitación reservada, y dio los datos para que se pusieran en contacto con sus padres. El embajador en persona se encargó de los trámites del embalsamamiento y los funerales, y permaneció en contacto con la Prefactura de Policía de París para localizar a Billy Sánchez. Durante cuarenta horas fue el hombre más buscado de Francia y se difundieron fotografías por todos los medios de comunicación.