viernes, 17 de noviembre de 2017

Recreo: Hora de merendar *

Una vez visité una escuela para hablar con la directora y unos minutos después de llegar sonó la campanilla del recreo.
De repente en un alboroto generalizado, algunos niños corrieron hacia la cantina y otros formaron fila  frente a una señora robusta que tenía sobre una silla una olla con sopa, (después supe que era una sopa que venía en forma de polvo y que allí se preparaba de una manera casi instantánea, agregándole agua caliente).
Los niños le acercaban el plato y ella les colocaba un cucharón bien colmado y  salían de la fila.
Me llamó la atención, una niña muy humilde que estaba esperando turno, pero como  no había traído plato (para que les dieran la sopa tenían que traer el plato y la cuchara de la casa), esperaba ansiosa la sopa con una palangana pequeña que había conseguido en la escuela.
En un momento dado, aquellos niños estaban esparcidos por el patio sentados en el suelo en cualquier lugar, como animalitos huérfanos comiendo la sopa que quizás sería la única comida del día.
Siempre recuerdo a la niña de la palangana porque su imagen triste se vuelve grotesca, recuerdo su pelo duro y ralo, su palidez espectral y la avidez con que tomaba la sopa.
Me pareció grotesca también  la manera como se sentaron en el suelo, sin una mesa, sin mantel ni  sillas; sorbiendo el líquido caliente con hambre y sin ninguna pizca de urbanidad.
Quedé largo rato observando a los niños, que luego de acabar la sopa  se levantaron del piso y se dirigieron corriendo  a una pileta ubicada  en el medio del patio, para   enjuagar los platos y las cucharas.
Ya en mi casa, mientras dormía  soñé con la escuela…pero era una  escuela más humana. Vi una mesa larga con un mantel floreado y los  platos hondos colocados en fila, bien limpios y al costado de cada uno las cucharas relucientes con  mangos anaranjados daban el toque alegre a la mesa que en el centro tenía dos paneras colmadas de galletas blandas:  adornaban  la mesa como si fueran  pelotas amarillas con aroma de pan.
También vi a los niños de caras sonrientes  haciendo fila para lavarse las manos. Pasaban de a uno a sentarse en la mesa floreada.
La señora robusta de la realidad, en el sueño vestía  una chaqueta blanca y un delantal floreado como el mantel. Servía sonriente la sopa y cuando acabó, los niños comenzaron a sorber el líquido sabroso con ansias y alegría, sentados en bancos largos, unos  frente a otros como gente, no como animalitos.
Al acabar de comer cada uno llevó los platos a una pileta grande y enseguida pasaron a las aulas en silencio.
La señora robusta lavó los platos, los secó y los guardó en una fiambrera  color verde musgo cubierta con alambres finitos para que no entren las moscas. Allí también guardó las cucharas y la olla. No había lujo en el comedor de mi sueño, sólo orden, limpieza, galletas y sopa.
La niña de la palangana tenía el pelo limpio, la tez rosada y sonreía con la inocencia de una niña pequeña. Y me sentí feliz hasta que el despertador me anunció que eran las seis y que todo no pasaba de un sueño.
Siempre es bueno soñar, pues en el ámbito de lo onírico pueden  realizarse las fantasías más descabelladas o  las  más simples…como servir decentemente a los niños de las escuelas una merienda escolar  sana en un entorno ordenado, limpio y feliz.

                                                                                              
*Publicado en el Diario La Nación


sábado, 4 de noviembre de 2017

“Estamos en Paraguay”*


Los titulares nos asombran con la noticia de que ha habido un brote de brucelosis en un hato  de cabras  y   varias personas han contraído esta grave enfermedad.
Podría esperarse un desenlace de esta índole en algún lugar remoto del país, donde las normas de bioseguridad no se aplican  por falta de conocimiento; pero es absurdo e indignante  que el contagio  haya ocurrido justamente en la Facultad de Ciencias  Veterinarias de la Universidad Nacional de Asunción.
Las cabras proveen una leche rica en nutrientes y generalmente es consumida por personas enfermas, que buscan en este alimento una mejoría para sus dolencias; por ello es utilizada en la alimentación  de niños alérgicos  o personas con úlceras digestivas. Las personas que realizan tratamientos de quimioterapia la utilizan  para disminuir las reacciones secundarias que éstas producen como lo son la caída del pelo y los vómitos.
 La leche de cabra vendida en la Facultad de Ciencias Veterinarias no estaba en condiciones de ser vendida y  pudo haber causado en las personas que la bebieron, en vez de un alivio a sus padecimientos, una grave enfermedad que arrastrarán de por vida.
 Según las informaciones publicadas en los medios, los directivos de esta casa de estudios tenían conocimiento del brote de la enfermedad y no tomaron las medidas correspondientes a tiempo y siguieron vendiendo la leche de las cabras infectadas.
No sé si es el momento de buscar culpables o si es  momento de reflexionar y hacer un análisis de este tipo de  situaciones desastrosas que ocurren en diferentes ámbitos y dependencias del país.
Somos el país del día después, siempre se espera  que suceda lo peor para tomar medidas.  Esperamos que ocurran los hechos en vez de prevenirlos y no lamentarnos  más tarde.
En Ciudad del Este por ejemplo, en la Avenida Los Lapachos, hay un árbol corpulento en la vereda, pero está seco, en cualquier momento puede caer, sin embargo los responsables de cortarlo esperan y postergan la acción  quizás esperando que caiga sobre algún vehículo y que mate a alguien.
Cuando pienso en tantos hechos que podrían haberse evitado, recuerdo la novela de Gabriel García Márquez “Crónica de una muerte anunciada” donde se advertía sobre la muerte del  joven Santiago Nasar (sin él saberlo). El pueblo entero  tenía conocimiento que lo matarían sin embargo  nadie impidió su muerte.
Aquí en Paraguay somos poseedores de varias “muertes anunciadas”; lo de las cabras y la brucelosis es apenas una muestra de nuestra idiosincrasia de actuar al día siguiente y para muestra basta un botón.
Algunos como chiste comentan: “Estamos en Paraguay”,  como queriendo reforzar la idea de que aquí no hay otra opción; debe estar mal porque estamos en Paraguay.
Nos acostumbramos al vai vai,  a lo mal hecho, al mal proceder;   sin la responsabilidad de hacer o actuar bien, quizás porque sea más fácil, por desidia o por ignorancia,  pues ese actuar mal se transforma en hábito y se esparce en todas las áreas de nuestro cotidiano.
Tenemos chapuceros en medicina, en albañilería, en abogacía, en ministerios, en facultades, en la dirigencia del país…y la lista sigue y es abultada.
Ojalá  podamos salir de este círculo perverso  de chapucería para evitar que casos como el de la brucelosis estremezcan a la ciudadanía; y que esta historia se recuerde  como  una de  las  historias más absurdas  del Paraguay del siglo XXI.
                                                                                                
*Publicado en el Diario La Nación el viernes 3 de noviembre de 2017