lunes, 30 de octubre de 2017

Pilas por lápices

Cuando supe sobre  la contaminación que causan  las pilas y las acciones que se toman  en otros países para evitarla; dejé de tirarlas a la basura y comencé a juntarlas y guardarlas en frascos de vidrio.
Las pilas  fueron  llenando  los frascos rápidamente,  pues en aquel entonces mis hijos eran pequeños y  tenían varios juguetes a pila, también teníamos control remoto de TV, control de DVD,  relojes, calculadoras; en fin, una serie de artefactos que las utilizaban. Éstas eran  de diferentes medidas, modelos, contenidos y colores: cilíndricas finas y gruesas, redonditas chatas (llamadas botón), cuadradas, alcalinas, comunes, verdes, amarillas,…para todos los gustos.  Los frascos  fueron tapados y  guardados  en la pieza de los cachivaches, esperando saber de  algún lugar dónde pudieran recibirlas para reciclarlas; pero esto no sucedió pues  por aquí no existían  empresas que reciclaran.
El tiempo pasó  y los frascos  guardados   quedaron en el olvido hasta el día en que realizamos una limpieza general de la pieza y  los encontré en el  estante. Para mi asombro  vi que dentro  de ellos había un líquido negro que llenaba una cuarta parte del envase.
Este hecho me motivó a  difundir  entre los niños y jóvenes  de una escuela cercana a mi domicilio sobre  la contaminación que pueden causar las pilas y cómo es importante no tirarlas a la basura para no contaminar las capas subterráneas de agua.  Ese líquido negro era asustador y ofrecía la oportunidad para concienciar a los alumnos sobre el tema.
Como tengo una amiga que es profesora y enseña en esa escuela, le comenté  sobre  las pilas y los daños que pueden causar al medio ambiente,  y también  sobre la necesidad de hablarles a los estudiantes  sobre la cuestión.  Después de unas semanas ella me invitó a la escuela para charlar con los alumnos sobre las pilas.
Me presenté  a los diferentes grados cargando  los frascos de pilas con el jugo negro, para mostrarles a los alumnos cómo esas pilas expedían un contenido  tóxico y que no  podían ser tiradas a la basura y mucho menos  a los arroyos o a los pozos de agua. También les dije  que los niños pequeños no debían metérselas a la boca.
Los alumnos  miraban curiosos el frasco de pilas con el líquido venenoso y fui explicándoles  sobre  contaminación y   sobre la naturaleza  hasta que mi charla culminó. Percibí que los alumnos mayorcitos entendieron el tema  y me sentí satisfecha, así como cuando se hace algo útil.
Pasaron algunos días y la profesora  me comentó  que  juntaría  pilas con sus alumnos si yo estaba dispuesta a regalar lápices a cambio. Me pareció interesante la idea como para incentivar  a los chicos, por cada 5 pilas 1 lápiz. ¡Excelente!  Compré un tambor grande de plástico, le colocamos cal en el fondo y lo llevamos a la escuela. Allí los alumnos comenzaron  a cargar las pilas. En pocos días se acabaron 5 cajas de lápices y el tambor se iba llenando.
 El tiempo pasó  y ese incentivo inicial se convirtió en costumbre. Sin lápices, no había pilas.
Y fue para mí como un baldazo de agua fría. Mi charla  no dio los frutos esperados pues   hay acciones que no deberían necesitar recompensa para ponerlas en práctica porque son  para el bien común.
Y dejé de comprar lápices y no se juntaron más pilas.

Seguro que ahora  estarán desparramando su líquido negro en algún basural y contaminando arroyos  o  envenenando nacientes, hasta que quizás en el futuro no se precisen lápices para hacer lo que se debe hacer.

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