lunes, 17 de octubre de 2016

El hombre de la caja. Cuento de Olga Bertinat de Portillo

Imagen extraída de Internet

EL HOMBRE DE LA CAJA

               La rutina era como una rueda colosal que giraba en torno de la carpa, como que  sus peripecias no tuvieran principio ni final y que todos los pueblos fuesen el mismo pueblo.
Los parlantes estridentes transitando por las calles polvorientas anunciaban su llegada, pero nunca su partida. Al principio venían cada seis meses y sus trastos ocupaban diez vagones bien cargados contando los de los animales: traían leones, elefantes, tigres y caballos pequeños…Ya en las postrimerías  solían llegar una vez al año, apenas con tres vagones. La decadencia del circo era evidente, ya no traían animales y las atracciones de ahora consistían en una pareja de enanos, una mujer barbuda, un alfeñique  y un hombre que traían escondido en una caja espaciosa de madera, llena de orificios para que el personaje misterioso respirara.

 El enigma me cautivó enseguida, pero para poder verlo había que pagar el doble.

La noche de apertura estuve allí desde temprano. La gente se había aglomerado cerca de la boletería para sacar las entradas. ¡Era siempre así el primer día! Esperé en la fila hasta que la muchacha apareció y comenzó a venderlas.

Cuando llegó mi turno le dije: -Quiero  ver al hombre de la caja.  
Ella sin mirarme me cobró y me entregó la boleta y  con el brazo extendido me señaló hacia una carpa triangular bastante colorida, armada debajo de la carpa grande.

 Caminé hasta allí  y vi colgado sobre la puerta de lona plástica un letrero de cartulina con una inscripción que indicaba:
- ¡VEA AQUÍ AL HOMBRE ELEFANTE!

 Me paré delante de la puerta en silencio, esperando ansiosa para entrar y enseguida una voz gangosa que provenía desde adentro dijo:
-¡Adelante!
Levanté la lona y entré.  Fue cuando lo vi. Estaba sentado en una silla de espaldas hacia la puerta. Una luz lánguida alumbraba el espacio. Entonces el hombre se paró y se volteó despacio. Su aspecto me impactó y controlé fuertemente mis ganas de salir corriendo.
De la cara le brotaba una trompa carnosa, esponjosa y rosada; como la de un elefante espantado; sus ojos desorbitados por la deformidad, no consiguieron hallar los míos. Sin saber qué hacer ni qué decir, me di vuelta y salí aturdida del lugar.  
 No pude quedarme a ver la función, se me habían encrespado las ganas… y, desde ese día,  el circo dejó de ser divertido.



                                                                                       
* Cuento presentado al Taller Literario Bilingüe seleccionado por Susy Delgado para el libro Textos Escogidos, 2012

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