jueves, 26 de julio de 2012

CORAZÓN: Octubre Lunes, 12

¡Se acabó la fiesta! ¡Se acabaron los felices tiempos de vacación, en que la imagen del maestro no me turbaba el sueño ante aquellas lecciones poco aprendidas..., porque habían sido poco estudiadas! Ya estamos de nuevo en esta vorágine de libros, de cuadernos, de apuntes y de alguna que otra reprimenda por culpa de esa dichosa Geometría, o de si el Amazonas baña más kilómetros del Brasil que del Perú. Mi madre acaba de inscribirme en el quinto año de Primaria. Le he prometido convertirme en el mejor estudiante de la clase. Ya sé que esto es muy difícil, porque estarán Precusa, Coreta, Nelli y otros compañeros del Curso anterior, que son trabajadores como ellos solos. ¡Ah, pero esta vez...! Incluso me he propuesto llevar un Diario, que servirá de testigo para cuanto me ocurra de bueno y de malo. Quizá el día de mañana constituya el mejor recuerdo de mis andanzas a lo largo y ancho de la Escuela Municipal, donde empiezan a fraguarse las voluntades y las esperanzas del futuro patrio. Nuestro viejo caserón parece hoy un hormiguero: por todas partes entran y salen, suben y bajan, corren cientos de muchachos con sus papás, cartera en ristre, buscando la puerta que luego cruzarán día por día durante nueve meses... Mi profesora de tercer año debió cobrarme un gran afecto. Nos hemos saludado en la escalera, y me ha dicho: -Ya no te veré entrar ni salir, Enrique, porque ahora te quedas en el piso principal. También a mí me da pena, pues ha sido siempre muy buena conmigo. Lo mismo que el maestro de cuarto, que parecía muy entristecido al decirme: -¡Ya no podré hacerte repetir más lecciones, Enrique! ¡A ver si te portas como un hombrecito! Y tiene mucha razón: he sido un poco díscolo, pero esto no volverá a ocurrir. Hemos dejado a mi hermanito en la clase de la maestra Delcato. Yo haré el curso con el señor Perbono. Somos cincuenta y cuatro alumnos, de los que conozco a unos quince o dieciséis que estaban conmigo el año pasado; entre ellos, Deroso, nuestro más envidiado condiscípulo porque siempre se llevaba el primer premio. Y no porque estudiase más que otros; pero es un chico muy inteligente, que se mete las lecciones en la cabeza como quien se pone una gorra... El señor Perbono es alto, sin barba, con una arruga que le corta la frente y una voz de trueno que impone mucho respeto. ¡Qué distinto del anterior, tan bueno, tan simpático, siempre sonriente! No se: me parece que vamos a tener que trabajar más de lo que quisiéramos. Y como me he comprometido a escribir en mi Diario toda la verdad, pues...¡vaya, que la escuela no me gusta tanto como el año pasado!
 Edmundo de Amicis

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