lunes, 19 de marzo de 2012

“La aurora” de Ciudad del Este


Por OLGA BERTINAT
Cuando Federico García Lorca viajó a Nueva York para realizar una serie de conferencias, no imaginaba que sería éste el escenario inspirador de sus inmortales versos.
Los hechos angustiantes de su vida personal, unidos a la caótica ciudad americana, lograron que él plasmara en versos, donde abundan las metáforas y la imaginación desbordada; la ciudad misma, el caos, la gente, el consumismo, la marginalidad y las diferencias.
El viaje surgió luego de sufrir una decepción amorosa y la ciudad que lo acogió enfrentaba la mayor crisis económica de la historia; el año: 1929.
Al leer La Aurora de Lorca, podemos creer que los versos se refieren a nuestra ciudad. Podemos suponer que la aurora de Ciudad del Este va desapareciendo, “la luz es sepultada por cadenas y ruidos”. ¿Quién consigue ver la luz de la aurora que se opaca por el gris de los edificios? ¿Cómo apreciarla si las ventanas se abren y muestran otra pared de cemento?
Podemos entender que se describe a nuestra gente cuando dice: “Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes…”. En nuestra ciudad, muy cerca de la terminal de ómnibus hay indígenas insomnes, que tampoco vislumbran la aurora, sepultada por carpas negras y cubierta de miseria cíclica “y un huracán de negras palomas que chapotean en las aguas podridas”.
“…porque allí no hay mañana ni esperanza posible”. El poeta presta su voz y reclama. Y es una voz eterna que puede sacudir por un instante aunque más no sea. Porque siempre hay olvidados, que de tanto olvidarlos se vuelven invisibles. ¿Qué mañana o qué esperanza se le puede ofrecer a alguien que se ha vuelto invisible? Están allí, como una maleza humana despojada y desposeída. Miserables víctimas de miserables.
“A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños”.
Abandonados en los semáforos, los niños pueden ser devorados y taladrados por el hambre que no espera a las monedas y protesta con su grito ronco y destemplado. Las madres con sus hijos mocosos, envueltos en harapos sucios mendigan en las calles. Son flacas, con la piel que muestra todo el esqueleto; huesitos débiles de panes mal comidos. “…comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados…” ¿Existe el paraíso? ¿O es una ilusión para olvidar de a ratos la realidad que suele ser sanguinaria para algunos?
En la acera de allá, los grandes edificios contrastan con la miseria del semáforo y de la terminal. En las noches, las luces del shopping deslumbran y fascinan a los transeúntes y a los turistas que ajenos a la realidad de la ciudad excitante recorren impasibles las calles de la ciudad sin aurora.
Los reflejos de los faros en el Lago de la República, nos ofrecen la quimera de lo bello, de lo colorido y es un espectáculo que encanta a los niños. Y mientras tanto, el contingente de miserables de Ciudad del Este se agita en sus covachas, como ratas “recién salidas de un naufragio de sangre”.
No se trata de la aurora de Nueva York, hablamos de Ciudad del Este. No son negros los desprotegidos; son indígenas y niños de la calle, algunos ya derribados por el crack. No es 1929 es 2012. ¡Y la poesía sigue vigente! Es otro tiempo, otra ciudad, otra gente, pero las miserias son las mismas de antes.
*ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA EL TERERÉ Nº 19 DEL MES DE ENERO DE 2012

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