lunes, 10 de julio de 2017

Autocrítica de "Tabaré" Juan Zorrilla de San Martín I

Tapa del libro Tabaré. Edición 1955 
 Tengo conmigo el libro "Tabaré" de Juan Zorrilla de San Martín, una edición conmemorativa del centenario de nacimiento del autor  dirigida por sus hijos, editada en Montevideo en 1955. Me parece interesante compartir en mi blog, la autocrítica que realizó el propio Zorrilla de San Martín de su obra. La misma se divide en VII (siete) partes que iré subiendo al blog diariamente.  

         Autocrítica de "Tabaré"(1)

                                   I
    CUANDO llegó a mis manos la carta de Tomás Bretón, el insigne músico español que escribió Garín y La Dolores, leía yo la página en que Anatole France nos dice lo siguiente: "No temamos demasiado prestar a los artistas de otros tiempos un ideal que ellos no tuvieron jamás. No es posible admirar, sin un poco de ilusión; y comprender una obra maestra es crearla en sí mismo de nuevo...Cada nueva generación de hombres busca una emoción nueva, ante las obras de los viejos creadores.
    El maestro Bretón me hacía saber por su carta, fechada en Buenos Aires, que, de muchos años atrás, abrigaba el propósito de escribir una ópera, interpretación musical de mi poema TABARÉ; el propósito se había convertido para él en obsesión; la música de su obra era "un perpetuo ensueño de su oído"; había venido a América, a la tierra de TABARÉ, con el objeto principal de ver si oía esa música en la naturaleza y en el espíritu popular. En resumen: me pedía autorización, y también concurso intelectual, para llevar a ejecución su pensamiento.
    Yo le contesté inmediatamente que sí, que era suyo todo el caudal de sonidos que pudiera hallarse en TABARÉ, y que yo, por mi parte, no dudaba de que, en esos versos debe de haber algo que suena armoniosamente, pese a los versos.
    Al manifestar esto último, recordaba yo que el mismo Anatole France, cuya página leía, me había dado el placer de oirle decir a mis compatriotas, en conferencias públicas: "Tenéis una epopeya nacional, que ha sido traducida en todas las lenguas: el poema TABARÉ que data, según creo, de veinte años atrás. Ha sido vertido al francés, y he podido entrever su invencible encanto. Juan Zorrilla de San Martín es hoy, para la América del Sud, lo que Longfelow para la del Norte: la voz, la grande voz del río y de la llanura. Su obra fue, según la bella expresión del mismo poeta, "amasada con el limo de vuestra tierra virgen y hermosa".
    Si hay en esta transcripción algún pecado de vanidad o vanagloria, como lo está diciendo, con razón acaso, el que esto lee, sírvame de atenuante, además de nuestra común flaqueza, lo muy a propósito con que hago la reproducción, como se verá. No es esto decir que tenga empacho, por otra parte, en confesar que no me siento con fuerzas para desdeñar el aplauso de mis semejantes; confieso que la esperanza de haber realizado algo bello se vigoriza en mí tanto más, cuantos más hombres dicen que han tenido sensación de belleza en lo que yo he hecho. Y esa esperanza no debe sernos vituperada a los que la tenemos como único estímulo, de tejas abajo; y mucho más si se considera que, ese anhelo de vivir en el alma de los demás hombres, es el mayor homenaje que al hombre tributamos.
    ¡La grande voz del río y de la llanura! También este Anatole France ha oído música, pues, voz de la naturaleza, más o menos lejana, en mi poema. Pues bien; yo declaro haberla percibido cuando lo escribí; también yo sentí, con mayor o menor intensidad o vaguedad, aquello que decía Schiller en su carta a Goethe, cuando le describía el proceso anímico de su inspiración: "Primero invade mi espíritu una especie de disposición musical; la idea concreta viene después".
    Esa disposición musical, o lejana armonía, no es otra cosa que el despertar, en la memoria, de las ideas pasadas o sensaciones dormidas. Estas se buscan mutuamente, como los insectos de élitros sonoros, para fecundarse; resuena en nuestro cerebro como una caja armónica fuertemente sacudida; nuestro corazón se paraliza un momento, como si recibiera un golpe, y reemprende en seguida, con mayor rapidez, su movimiento rítmico.
    Eso, es, sin duda, lo que se llama el advenimiento del Numen. Las Musas de los griegos eran hijas de la Memoria.
    Lo que viene después, la idea concreta de que habla Schiller, no es otra cosa que la intervención de la conciencia, que, en compañía de la razón, elige las imágenes salidas de las células cerebrales, las ordena, las ilumina, y las hace servir de transmisoras de emoción entre un alma y otra.
    Acaso es esa la diferencia fundamental entre la ciencia y el arte: en la primera no vibra o vibra poco el corazón; en la segunda éste domina; pero son un acorde. Varias facultades no son diversas almas; la verdad vibrante conmueve el corazón del sabio. Y dice Novalis que,siendo, como es, la poesía lo real absoluto, una cosa será tanto más real cuanto más poética. Ese es el núcleo de toda mi filosofía, dice.
    Hay música, pues, allí donde existe inspiración, incorporación del espíritu humano a la eterna armonía en que se confunden lo verdadero, lo bueno y lo bello.
    Conocidas son las preciosas páginas de Carlyle sobre Dante, en que habla de eso, de la sustancia musical de que está formado el pensamiento rítmico.
    "Si vuestra composición, dice, es auténticamente musical, no solamente en la palabra sino en el corazón y en la sustancia, en los pensamientos y articulaciones, en toda la concepción, entonces será poética; más nó de otra manera. ¡Música!¡Cuánto se encierra en esta palabra! Un pensamiento musical es el que ha penetrado hasta lo más íntimo del corazón de las cosas, y puesto al descubierto lo más recóndito de sus misterios..."
    "Todos los viejos poemas, el de Homero como todos los demás, son auténticamente cantos...Sólo cuando el corazón del hombre es transportado a las regiones de la melancolía, y el acento mismo de su voz llega a convertirse, por grandeza, profundidad y música del pensamiento, en notas musicales, sólo entonces podemos llamarle poeta". (Continuará...)
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(1) Zorrilla de San Martín escribió este ensayo aparentemente para comentar el proyecto del ilustre compositor español Tomás Bretón de verter las estrofas del poema TABARÉ al lenguaje musical, propósito que realizó el autor de GARIN haciendo, en lo que al libreto se refiere, una adaptación personal de los versos del poeta. En realidad, lo que se propuso Zorrilla de San Martín al escribir este ensayo fué tomar pretexto del tema para realizar la autocrítica de su poema. La primera versión fué incorporada, con el título "El libreto de TABARÉ", como prólogo de la edición del poema hecha en Montevideo en 1918. Revisada y ajustada más tarde por el autor, la incluyó en la edición de sus obras completas hecha por el Banco de la República en 1930. La incorporamos ahora a esta edición conmemorativa del centenario del nacimiento del poeta, como prólogo único, prescindiendo así de juicios y opiniones ajenos, que se han repetido muchas veces, y en los que críticos europeos e hispanoamericanos han consagrado el valor épico de TABARÉ y su jerarquía excepcional en el cuadro de las letras castellanas. Es, sin duda, interesante conocer cuanto la crítica ha dicho del poema; pero, el juicio universal sigue abierto y no cesan de producirse nuevos aportes críticos. En cambio, la voz del autor, que ya se ha extinguido, no volverá a agregar nuevos conceptos a los expresados en este ensayo. Escuchemos, pues, como introducción a esta edición conmemorativa del centenario del nacimiento de Juan Zorrilla de San Martín, la voz del poeta, que revela su recóndito pensamiento sobre la obra que creó y que sigue viviendo con la prístina frescura de los días en que fué conocida por los lectores de 1888.

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