miércoles, 9 de febrero de 2022

El valor de la palabra, la honradez y la mentira

Foto: Olga Bertinat
Años atrás la palabra dicha tenía autoridad y credibilidad y su valor era igual al de un documento actual firmado por abogados o por jueces. Cuando se sellaba un trato, la palabra de honor era una “promesa cuyo cumplimiento estaba garantizado por la honradez o la reputación de la persona que la hacía”. Hoy nos regimos por el dicho: “Las palabras se las lleva el viento” pues no se tiene la seguridad de que lo dicho se cumpla; y nos cuesta mucho creer cuando alguien nos da su palabra sobre algo. Al leer en los periódicos sobre los feminicidios, que ocurren tan a menudo, nos percatamos de que esos hombres que tantas veces repitieron “te amo”, llegaron al extremo de matar a sus parejas sea por el motivo que fuere. Eso nos da la pauta de que cuando dijeron “te amo” fue una frase vana, sin sentido, palabras sin valor, pues si amaban de verdad no hubieran asesinado a la persona amada ya sea novia o esposa. Y en todos los ámbitos de la sociedad esta práctica es muy común, las palabras sin valor vuelan con el viento y desaparecen. En política también sucede lo mismo. Los candidatos profieren largos discursos y prometen soluciones a tantos problemas que nos aquejan en la sociedad: salud, educación, empleo, seguridad, entre otros, pero luego de conseguir los votos de la gente y de alcanzar el espacio codiciado, no realizan ni la cuarta parte de lo que prometieron y las palabras quedan grabadas en algún video o audio para recodarnos que fueron vanas y sin valor. Y la palabra sin valor es una promesa sin cumplir. Y es bastante indignante pues uno se siente burlado, defraudado y engañado. Es una estafa concebida de palabras. Ya no existe la palabra de honor, respaldada por la honradez de la persona que promete, y lo peor de todo: aquellos cuyas falsas promesas embaucaron a muchos, no sienten ni vergüenza, ni remordimiento por no haber cumplido nada. De tanto en tanto surge algún resquicio de esperanza cuando escuchamos el discurso de algún nuevo político, de esos que aún no tienen las mañas de los viejos zorros, y es entonces cuando de repente sentimos gran expectativa. ¡Éste dice la verdad! especulamos animados. Pero con el paso del tiempo, percibimos que todo no pasó de una ilusión. El candidato elegido se va transformando y se convierte en uno de ellos. Siempre hay excepciones, claro. Raras, pero las hay. Y si pensamos en los niños, son ellos los que van creciendo en ese ambiente de ilusorias promesas, de palabras embusteras, de voces mentirosas (de escucharlas en la casa, en la escuela y en todo lugar).Desde pequeños creen que mentir es lo “normal”, y van creciendo con la idea de que aquél que es honrado, el que dice la verdad y cumple: es el estúpido. El farsante, aquel que miente, el que expone palabras engañosas, el que promete y no cumple nada: ése es el ejemplo del vivo, del que vale. Los actos de honradez son tan inauditos que actualmente cuando alguien actúa de forma decente u honrada, es considerado una rareza, algo fuera de lo común y hasta le hacen reportajes en la televisión y en los diarios. Comentan la noticia durante días, porque la honradez pasó de moda. Ojalá que el valor de la palabra y los actos de rectitud vuelvan a estar de moda, no como una anomalía que sirve para una nota del Facebook, sino para la vida diaria como valores humanos dignos de preservar. Olga Bertinat de Portillo

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