lunes, 8 de septiembre de 2025

El precio de olvidar a la naturaleza por Olga Bertinat de Portillo

El equilibrio de la naturaleza es un tejido frágil y perfectamente enlazado, donde cada especie cumple una función y mantiene la armonía de la vida. Sin embargo, la intromisión del ser humano ha roto muchos de esos hilos. Al destruir hábitats, talar bosques y modificar ríos y suelos, no solo se ha dejado sin refugio a miles de seres, sino que también se han alterado las relaciones naturales de depredación y control que regulaban las poblaciones. Así, en ciertos lugares aparecen especies sobrepobladas, que ya no tienen enemigos naturales que las contengan, generando a su vez nuevas tensiones y daños en el ecosistema. Es una cadena de desajustes provocada por la acción del hombre, que muchas veces actúa como un destructor sin compasión, movido por el interés inmediato y sin considerar el mañana. Un ejemplo doloroso de esta pérdida de equilibrio lo representan los humedales. Estos ecosistemas son fuentes de vida: regulan las aguas, purifican el aire, dan refugio a aves migratorias, peces y anfibios, y sostienen una biodiversidad única. Sin embargo, hoy muchos humedales se están secando por la deforestación, la canalización indebida de ríos, los incendios intencionales y la expansión agrícola sin control. Al secarse los humedales, desaparece también la posibilidad de que miles de especies encuentren alimento y resguardo. Se interrumpe el ciclo natural del agua, aumentan las sequías, se pierde suelo fértil y la fauna que dependía de ese ambiente queda desplazada o condenada a la extinción. Lo que antes era un santuario de equilibrio, se convierte en tierra estéril y silenciosa. La destrucción de los humedales no solo atenta contra la naturaleza, sino contra la vida humana. Son barreras naturales contra inundaciones y sequías, amortiguan los efectos del cambio climático y nos brindan recursos vitales. Al dejarlos morir, nos estamos despojando de nuestra propia fuente de futuro. Recuperar el equilibrio exige reconocer nuestra responsabilidad, comprender que no somos dueños sino parte de la naturaleza, y que cada pérdida que ocasionamos tarde o temprano nos alcanza también a nosotros. Solo desde la conciencia y el respeto será posible restaurar aquello que hemos quebrado.

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