La apicultura es mucho más que miel: es biodiversidad, polinización, producción de alimentos y vida en equilibrio. En Paraguay, la Ley Nº 665 del año 1977 declaró a las abejas y a la actividad apícola de interés económico y social, protegiendo tanto a la abeja doméstica como a la flora melífera. Fue un paso importante en su tiempo. Sin embargo, más de cuatro décadas después, los apicultores siguen enfrentando serias dificultades que impiden que la actividad crezca como debería.
Una ley vigente, pero con poca fuerza en la práctica
La normativa existe, pero su aplicación es débil: el registro de colmenas no siempre se cumple, la fiscalización es limitada y las sanciones raras veces llegan. Esto deja a los apicultores en una situación frágil, expuestos a problemas que la ley buscaba prevenir.
Las trabas principalesAgroquímicos y mortalidad de colmenas: las fumigaciones con insecticidas siguen siendo una de las mayores amenazas. Muchas veces no hay coordinación entre agricultores y apicultores, y las pérdidas pueden ser totales en pocas horas.
Pérdida de flora melífera: la deforestación, los monocultivos y el cambio de uso de la tierra reducen las fuentes de néctar y polen, encareciendo y dificultando el trabajo de quienes cuidan colmenas.
Costos y falta de apoyo técnico: iniciar una producción apícola requiere inversión en colmenas, equipo y capacitación. Sin crédito ni asistencia suficiente, muchos se desaniman o quedan en una producción muy pequeña.
Por qué no aumentan los apicultores
Estas trabas hacen que muchos mantengan la apicultura solo como una actividad secundaria o de subsistencia, en lugar de convertirla en una producción rentable y estable. Así, Paraguay desaprovecha el enorme potencial de un sector que podría generar ingresos, empleo rural y beneficios ambientales.
Un camino posible
Actualizar y aplicar con fuerza la Ley 665/77 es clave. Hace falta un sistema de notificación obligatoria de fumigaciones, protección real de la flora melífera, acceso a créditos y capacitación, y mejores canales de comercialización. Sobre todo, se necesita reconocer que sin abejas no hay agricultura ni alimentos, y que apoyar a los apicultores es apoyar a toda la sociedad.
Bibliografía consultada
Ley Nº 665/77 de Apicultura, Paraguay. Disponible en: InforMEA
Decreto Nº 25045/87 que reglamenta la Ley 665/77. Disponible en: InforMEA
ABC Color (2019). Pulverizaciones y cuidado de las abejas.
La Nación (2019). El colapso de las abejas.
La Nación (2025). Apicultores arrancaron nueva cosecha y reportaron venta total en 2024.
Campo Agropecuario (2022). Buscan llevar la apicultura a un nivel superior.
FOTO: INTERNET
En 1977, el Paraguay promulgó la Ley Nº 665 de Apicultura. En sus artículos se reconocía la importancia de las abejas, se promovía la protección de la flora apícola y se instaba al Estado a fomentar la investigación, la enseñanza y la organización de los apicultores. Fue una visión adelantada a su tiempo: ya entonces se advertía que las abejas eran más que productoras de miel, eran guardianas de la fertilidad de la tierra y del equilibrio natural.
Sin embargo, casi medio siglo después, esa ley parece letra muerta. ¿Qué pasa con las disposiciones que obligan a proteger a las colmenas frente al uso de agroquímicos? ¿Qué sentido tiene declarar a las abejas como riqueza nacional si cada día mueren miles por fumigaciones irresponsables, deforestaciones y la falta de control real sobre quienes envenenan el ambiente?
El artículo de la ley que hablaba de promover la investigación y la enseñanza debería verse reflejado en escuelas, universidades y programas de extensión rural que eduquen sobre la importancia de las abejas. Pero en la práctica, los apicultores se sienten abandonados y la ciudadanía ignora que la desaparición de estos insectos es también la desaparición de su propio futuro alimentario.
La Ley 665/77 no necesita ser reemplazada: necesita ser cumplida. Necesita voluntad política, compromiso social y conciencia ambiental. No basta con recordar que existe; debemos exigir que se aplique con fuerza, que se controlen las fumigaciones, que se fomente la apicultura y que se sancione a quienes destruyen colmenas y hábitats.
Las abejas no tienen voz para defenderse. Nosotros sí. Y si callamos, no solo ellas desaparecerán: también se irá con ellas la esperanza de un campo fértil, de alimentos diversos y de un aire puro. La ley ya nos marcó el camino en 1977. La pregunta es: ¿cuándo vamos a recorrerlo en serio?
FOTO: Internet
Paraguay clasificó al Mundial 2026 y el país entero estalló en festejos. Banderas ondeando, bocinas resonando y abrazos compartidos en cada esquina. Sin embargo, al amanecer del día siguiente, la resaca no fue solo de alegría: las calles quedaron tapizadas de botellas, plásticos, bolsas y papeles. La euforia se transformó en suciedad, como si el amor a la Albirroja sirviera de excusa para ensuciar la casa común que es nuestra ciudad.
La basura desparramada reveló una verdad incómoda: aún creemos que festejar nos da derecho a ensuciar, a dejarle al otro la carga de limpiar. La celebración, en lugar de unirnos en orgullo, nos mostró una faceta vergonzosa: la indiferencia hacia el espacio público, hacia lo que compartimos todos.
Quizás sería justo que, como castigo a esos “puercos” que tiran la basura donde quieren, la Selección pierda por goleada en su primer partido. Sería una lección amarga: que el verdadero amor a la Albirroja no se demuestra pintando calles de rojo, blanco y azul mientras debajo de esas capas de pintura late la podredumbre de nuestras costumbres.
Porque, ¿de qué sirve gritar los goles de Paraguay si al mismo tiempo pisamos botellas rotas y papeles grasientos? ¿De qué nos sirve sentir orgullo de una camiseta si seguimos mostrando al mundo que en nuestro suelo la suciedad pesa más que la responsabilidad ciudadana?
El verdadero triunfo no está en los estadios de Norteamérica, sino en nuestras calles. La verdadera victoria llegará cuando aprendamos a celebrar con respeto, cuando entendamos que la alegría no se mide por el volumen del grito, sino por la limpieza que dejamos después.
Mientras tanto, la basura sigue ahí, como un recordatorio de que todavía nos falta mucho por jugar el verdadero partido: el de la cultura cívica.“Clasificamos al Mundial, pero seguimos perdiendo el partido más importante: el del respeto al espacio público. Así amaneció el Panteón de los Héroes después de los festejos.”
Foto: ABC Color Panteón de los Héroes.
La basura que invade baldíos, costados de rutas y barrios no surge de la nada: es el resultado de la corrupción y la falta de control en las instituciones que deberían velar por la limpieza y el orden. Hoy cualquiera, con un auto o un motocarro, se convierte en “recolector” improvisado, transportando residuos sin ningún tipo de regulación. Lejos de resolver el problema, esta práctica agrava la crisis ambiental, pues gran parte de esos desechos termina abandonada en lugares indebidos, contaminando suelos, arroyos y el aire que respiramos.
Detrás de este descontrol hay una complicidad silenciosa: autoridades que miran hacia otro lado, funcionarios que permiten que el negocio de la basura se convierta en un terreno fértil para la ilegalidad. El precio lo pagamos todos, con barrios más sucios, focos de enfermedades y una imagen degradada de nuestras ciudades.
Es urgente poner fin a esta impunidad. La basura debe ser gestionada por empresas o cooperativas autorizadas y fiscalizadas, no por improvisados que convierten cualquier vehículo en un basurero móvil. Para ello, se necesitan castigos ejemplares: multas económicas fuertes y sanciones efectivas para quienes realicen este tipo de actividad ilegal.
La limpieza de las calles no es un lujo, es un derecho ciudadano. Mientras la corrupción siga permitiendo que cualquiera tire los desechos donde quiera, viviremos en ciudades más contaminadas y menos dignas. Exigir transparencia, control y sanción es el primer paso para cambiar esta realidad.
Foto extraída de: ABC Color Asunción: Basural en las inmediaciones del puente Héroes del Chaco.
La deforestación es una de las principales amenazas para el equilibrio de nuestro planeta. Cuando los bosques son talados de manera indiscriminada, se rompe una red de vida que sostiene tanto a los animales como a los seres humanos. Para las especies que habitan en el bosque, significa la pérdida de su hogar, la escasez de alimento y, en muchos casos, la desaparición definitiva. Animales como aves, mamíferos e insectos ven interrumpido su ciclo de vida, lo que genera un desequilibrio en la cadena alimenticia y favorece la extinción de especies.
Para los seres humanos, la deforestación trae consigo consecuencias graves. Los bosques cumplen la función de “pulmones verdes”, pues producen oxígeno y absorben dióxido de carbono, ayudando a mitigar el cambio climático. Al desaparecer, se intensifica el calentamiento global, aumentan las temperaturas extremas y se altera el ciclo de las lluvias. Además, la pérdida de árboles afecta directamente a las fuentes de agua, provocando sequías, erosión del suelo y menor fertilidad en tierras agrícolas, lo que repercute en la producción de alimentos.
En Paraguay, la deforestación ha alcanzado niveles alarmantes, especialmente en la región del Chaco, considerada uno de los pulmones verdes más importantes de Sudamérica. Cada año desaparecen miles de hectáreas de bosques, principalmente para la expansión ganadera y agrícola. Esto no solo pone en peligro a especies emblemáticas como el tatú carreta, el jaguar o diversas aves endémicas, sino que también afecta directamente a comunidades indígenas y campesinas que dependen de la tierra y del bosque para subsistir. La pérdida de cobertura forestal intensifica la desertificación, altera el régimen de lluvias y aumenta la vulnerabilidad del país frente al cambio climático, convirtiendo a la deforestación en uno de los mayores desafíos ambientales que enfrenta Paraguay.
En este sentido, la deforestación no es solo un problema ambiental, sino también social y económico. Al destruir los bosques, se pone en riesgo la salud, la seguridad alimentaria y la calidad de vida de millones de personas que dependen del equilibrio natural para sobrevivir. Conservar los bosques es, por tanto, una responsabilidad compartida que asegura el futuro de todas las formas de vida en la Tierra.
Deforestación en el Chaco paraguayo (Fuente: ABC Color)
En 2019, un reporte de Guyra Paraguay reveló que el promedio de desmonte era de 577 hectáreas por día, con Mariscal Estigarribia como el distrito más afectado (ABC Color).
En mayo de 2018, solo en Paraguay se registraron 10 664 hectáreas deforestadas, sumando un promedio de 344 ha por día en toda la región del Gran Chaco (ABC Color).
Una investigación de ABC Color de 2020 destaca que el Chaco ya había perdido una superficie equivalente al tamaño de Suiza hasta 2016. En 2019, la tala ilegal avanzó tanto que "el equivalente a un campo de fútbol fue destrozado por las excavadoras cada dos minutos"
(ABC Color).
El Instituto de Derecho y Economía Ambiental (IDEA) denunció que más de 4 000 hectáreas fueron taladas ilegalmente, detectadas mediante superposición de imágenes satelitales y datos oficiales, y la denuncia ya fue presentada ante la Fiscalía del Ambiente(ABC Color).
Las abejas son mucho más que insectos laboriosos que producen miel. Son, en realidad, uno de los pilares invisibles de la vida en el planeta. Su papel como polinizadoras asegura la reproducción de plantas y cultivos que sostienen la alimentación de seres humanos y animales. Sin abejas, los ecosistemas se empobrecen y la seguridad alimentaria mundial se tambalea.
En Paraguay, estas especies enfrentan un peligro silencioso: la destrucción de su hábitat, el uso indiscriminado de agrotóxicos y la falta de aplicación efectiva de políticas de protección. Aunque desde 1977 existe la Ley N.º 665 “Ley de Apicultura”, la realidad es que la norma ha quedado relegada al papel. Su cumplimiento es casi nulo y, mientras tanto, la población de abejas disminuye a un ritmo alarmante.
La contradicción es clara: por un lado, tenemos una ley que reconoce la importancia de las abejas; por otro, prácticas agrícolas y políticas de desarrollo que avanzan sin considerar el daño ambiental. El resultado es la pérdida progresiva de estos polinizadores esenciales, lo que genera desequilibrio en la naturaleza y pone en riesgo la biodiversidad.
Es urgente que las instituciones encargadas hagan cumplir la ley, que se fiscalicen los cultivos donde se utilizan químicos nocivos y que se promueva la apicultura sostenible como alternativa económica y ambiental. Pero más allá del Estado, la sociedad también debe asumir su parte: plantar especies melíferas, reducir el uso de pesticidas en los hogares, apoyar a los productores de miel y, sobre todo, comprender que cuidar a las abejas es cuidar nuestra propia supervivencia.
Las abejas nos advierten con su silencio. Allí donde dejan de zumbar, la tierra comienza a perder vida. No se trata solo de preservar un insecto, sino de proteger el delicado equilibrio que sostiene la existencia misma.
El equilibrio de la naturaleza es un tejido frágil y perfectamente enlazado, donde cada especie cumple una función y mantiene la armonía de la vida. Sin embargo, la intromisión del ser humano ha roto muchos de esos hilos. Al destruir hábitats, talar bosques y modificar ríos y suelos, no solo se ha dejado sin refugio a miles de seres, sino que también se han alterado las relaciones naturales de depredación y control que regulaban las poblaciones.
Así, en ciertos lugares aparecen especies sobrepobladas, que ya no tienen enemigos naturales que las contengan, generando a su vez nuevas tensiones y daños en el ecosistema. Es una cadena de desajustes provocada por la acción del hombre, que muchas veces actúa como un destructor sin compasión, movido por el interés inmediato y sin considerar el mañana.
Un ejemplo doloroso de esta pérdida de equilibrio lo representan los humedales. Estos ecosistemas son fuentes de vida: regulan las aguas, purifican el aire, dan refugio a aves migratorias, peces y anfibios, y sostienen una biodiversidad única. Sin embargo, hoy muchos humedales se están secando por la deforestación, la canalización indebida de ríos, los incendios intencionales y la expansión agrícola sin control.
Al secarse los humedales, desaparece también la posibilidad de que miles de especies encuentren alimento y resguardo. Se interrumpe el ciclo natural del agua, aumentan las sequías, se pierde suelo fértil y la fauna que dependía de ese ambiente queda desplazada o condenada a la extinción. Lo que antes era un santuario de equilibrio, se convierte en tierra estéril y silenciosa.
La destrucción de los humedales no solo atenta contra la naturaleza, sino contra la vida humana. Son barreras naturales contra inundaciones y sequías, amortiguan los efectos del cambio climático y nos brindan recursos vitales. Al dejarlos morir, nos estamos despojando de nuestra propia fuente de futuro.
Recuperar el equilibrio exige reconocer nuestra responsabilidad, comprender que no somos dueños sino parte de la naturaleza, y que cada pérdida que ocasionamos tarde o temprano nos alcanza también a nosotros. Solo desde la conciencia y el respeto será posible restaurar aquello que hemos quebrado.
La labor de un escritor no se reduce únicamente a hilvanar palabras bellas o contar historias atrapantes; también consiste en asumir una responsabilidad ética frente al tiempo y al mundo en que vive. Escribir implica sembrar ideas, despertar emociones y provocar reflexiones en quienes leen. Por eso, un escritor puede y debe convertirse en un puente entre la realidad y la conciencia de las personas.
Si la función que uno se propone es generar un apego mayor hacia la naturaleza, hacia los animales sin hábitat, los domésticos abandonados, el cuidado del agua o la gestión responsable de la basura, entonces la escritura se vuelve una herramienta de transformación silenciosa pero poderosa. No se trata de adoctrinar, sino de invitar a sentir. Un relato en el que un río contaminado tenga voz, un poema que dé dignidad al perro callejero, una crónica donde se muestre la herida de un bosque talado, pueden conmover más que un discurso técnico.
El escritor puede revertir la indiferencia a través de historias que devuelvan humanidad a lo no humano, que otorguen presencia a lo invisible y que muestren el vínculo sagrado entre la vida humana y la naturaleza. Puede recurrir a la metáfora, a la denuncia poética, al cuento breve que siembra duda, o a la novela que construye mundos donde cuidar es sobrevivir.
Escribir con esta intención significa creer en la capacidad del arte para cambiar sensibilidades, porque antes de cambiar el mundo, es necesario cambiar la mirada. Y la palabra escrita, en manos de un escritor comprometido, tiene la fuerza de hacerlo.
Escribo porque creo que cada palabra puede ser semilla, y porque tal vez, en el silencio de una lectura, alguien decida cuidar la vida que nos rodea.
“𝐀𝐧𝐭𝐨𝐥𝐨𝐠𝐢́𝐚 𝐂𝐡𝐚𝐪𝐮𝐞𝐧̃𝐚”: 𝐋𝐢𝐭𝐞𝐫𝐚𝐭𝐮𝐫𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐡𝐨𝐧𝐫𝐚𝐫 𝐥𝐚 𝐦𝐞𝐦𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐆𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐂𝐡𝐚𝐜𝐨
En una emotiva velada literaria celebrada en la noche del martes último, el Centro Cultural Punto Divertido fue escenario de la presentación de la obra “Antología Chaqueña”, un compilado de once cuentos y cinco poemas dedicados a honrar a los valientes combatientes de la Gesta del Chaco (1932-1935).
El acto contó con la presencia del director general del Centro Cultural de la República El Cabildo, Aníbal Saucedo Rodas, quien resaltó el valor de este libro en el sentido de preservar la memoria histórica a través de la palabra escrita, así como el compromiso de los autores en rescatar testimonios y emociones que forman parte de la identidad paraguaya.
La presentación estuvo a cargo de Carlos Vera Abed, propietario de Arandubook, y la mesa principal fue acompañada por la presidenta de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA), Carmen Cáceres, quien celebró la participación conjunta de escritores y escritoras en esta obra de alto valor histórico y cultural.
“Antología Chaqueña” es fruto de la colaboración de destacadas escritoras: Leni Pane; María Eugenia Garay de Caballero; María Mercedes Reballo; Olga Laura Bertinat de Portillo; Sofía Raquel Fernández Casabianca; Delfina Elizabet Acosta de Pertile; Gladys Dávalos; Gloria Esperanza Marecos Rodas; Lourdes Espínola Wiezell; María Cristina Melot Fariña de Rodríguez; Carla Gabriela Molinas Riquelme; María del Rocío Egusquiza de Schwarz; Fátima Bogado; Gimena María Campos Cervera Bustos; Lilia Noemí Alderete Santa Cruz; y Lourdes Isabel Talavera Toñánez.
A lo largo de la noche, las autoras y autores compartieron fragmentos de sus textos, en un ambiente cargado de emoción y reconocimiento a quienes, con coraje y sacrificio, defendieron la patria en el Chaco.
La obra se erige como un homenaje colectivo y un aporte literario que busca mantener viva la memoria de uno de los capítulos más significativos de la historia nacional, conjugando sensibilidad artística y compromiso histórico.