viernes, 2 de febrero de 2018

El baldío Olga Bertinat de Portillo


Fotografía Olga Bertinat
El baldío es un lugar  triste. En el cuento de Augusto Roa Bastos  es un terreno de vida y de muerte.
En lo cotidiano un baldío puede ser un lugar asustador y peligroso, pues de un modo general los asaltantes pueden aprovechar ese espacio para esconderse entre los matorrales salir de sopetón apuntándole un revólver o un cuchillo a cualquier transeúnte, y robarle su celular o su dinero. Los violadores también buscan los baldíos para realizar sus fechorías.
Cerca de mi casa hay varios, la mayoría son utilizados por los vecinos como vertederos. Es una falta de civismo  utilizar una propiedad ajena para depositar cúmulos de basura que debían ser recolectados por el camión municipal, sin embargo esto sucede siempre y nadie paga multas por ello. Los vecinos alegan que “no tienen” para  pagar 30.000 guaraníes mensuales por recolección, pero para las cervezas de fin de semana siempre hay.
Y allí se encuentra de todo: cubiertas viejas, escombros, bolsas que despiden olor nauseabundo, ramas de árboles de poda, mucho plástico y los infaltables pañales desechables.
Pero eso no es todo. El baldío es el lugar preferido para tirar animales recién nacidos como perros y gatos, para que se mueran al sol, a la lluvia o que alguien piadoso los recoja.
Fotografía Olga Bertinat
 Varias veces escuché maullidos y quejidos provenientes del baldío. Al acercarme estaban allí los pobres animales moribundos con los ojos carcomidos por las hormigas, ciegos antes de ver; lamentándose con  chillidos suplicantes, con un llanto no humano pero incuestionable como un sollozo y una pregunta: - ¿Por qué me hacen esto?
En un país donde ni la vida humana  es respetada es complicado pedir por la vida de  los animales. Algunos padres ni siquiera pagan la pensión alimenticia de sus hijos… ¿qué actitud tomarían frente a un animal?
Es al ver esas cualidades egoístas cuando se percibe la falta total  de responsabilidad. Si nos referimos a la actitud de los padres para con los hijos, el padre se lava las manos, no paga la pensión y es la mujer la que realiza un esfuerzo sobrehumano para cumplir con los gastos que devienen  de un niño (supuestamente el que no paga pensión alimenticia va a la cárcel, pero la justicia en este país no siempre realiza su trabajo).
Con los animales sucede lo mismo, la responsabilidad por un animal se quiere trasladar a otra persona y que  esa otra persona se haga cargo, que lo recoja, que lo alimente y que lo adopte. Les resulta más fácil tirar las crías a la basura que asumir la responsabilidad  que sobreviene cuando se tiene un animal en la casa.
Varias veces encontré papás o mamás que querían regalarles un perro o un gato a sus hijos. Al preguntar: -¿Qué edad tiene el niño?
Para mi asombro, la respuesta: -Dos años.
Entonces consiguen un cachorro para  el  nene y con el paso del tiempo se dan cuenta que el animal come mucho, que ensucia la pared y que  hace caca en el patio. Es en ese momento cuando descubren que llegó la hora de tirarlo, de abandonarlo en algún lugar pues ya es una molestia, un estorbo. El niño, al presente con tres años, no entiende lo que pasa porque a esa edad lo que necesitaba era un peluche y no un animal de verdad.
Y el baldío vuelve a servir de lugar de abandono… Y es comparable a un cementerio de cuerpos vivos. Allí no hay cajones ni coronas de flores pero es un lugar triste y lúgubre, un pequeño infierno en el medio de la ciudad.
                                                                                                      Olga Bertinat de Portillo

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