Una vez visité una
escuela para hablar con la directora y unos minutos después de llegar sonó la
campanilla del recreo.
De repente en un
alboroto generalizado, algunos niños corrieron hacia la cantina y otros
formaron fila frente a una señora
robusta que tenía sobre una silla una olla con sopa, (después supe que era una
sopa que venía en forma de polvo y que allí se preparaba de una manera casi
instantánea, agregándole agua caliente).
Los niños le acercaban
el plato y ella les colocaba un cucharón bien colmado y salían de la fila.
Me llamó la atención,
una niña muy humilde que estaba esperando turno, pero como no había traído plato (para que les dieran la
sopa tenían que traer el plato y la cuchara de la casa), esperaba ansiosa la
sopa con una palangana pequeña que había conseguido en la escuela.
En un momento dado,
aquellos niños estaban esparcidos por el patio sentados en el suelo en
cualquier lugar, como animalitos huérfanos comiendo la sopa que quizás sería la
única comida del día.
Siempre recuerdo a la
niña de la palangana porque su imagen triste se vuelve grotesca, recuerdo su pelo
duro y ralo, su palidez espectral y la avidez con que tomaba la sopa.
Me pareció grotesca
también la manera como se sentaron en el
suelo, sin una mesa, sin mantel ni
sillas; sorbiendo el líquido caliente con hambre y sin ninguna pizca de
urbanidad.
Quedé largo rato
observando a los niños, que luego de acabar la sopa se levantaron del piso y se dirigieron
corriendo a una pileta ubicada en el medio del patio, para enjuagar los platos y las cucharas.
Ya en mi casa, mientras
dormía soñé con la escuela…pero era una escuela más humana. Vi una mesa larga con un
mantel floreado y los platos hondos colocados
en fila, bien limpios y al costado de cada uno las cucharas relucientes
con mangos anaranjados daban el toque
alegre a la mesa que en el centro tenía dos paneras colmadas de galletas
blandas: adornaban la mesa como si fueran pelotas amarillas con aroma de pan.
También vi a los niños
de caras sonrientes haciendo fila para
lavarse las manos. Pasaban de a uno a sentarse en la mesa floreada.
La señora robusta de la
realidad, en el sueño vestía una
chaqueta blanca y un delantal floreado como el mantel. Servía sonriente la sopa
y cuando acabó, los niños comenzaron a sorber el líquido sabroso con ansias y
alegría, sentados en bancos largos, unos
frente a otros como gente, no como animalitos.
Al acabar de comer cada
uno llevó los platos a una pileta grande y enseguida pasaron a las aulas en
silencio.
La señora robusta lavó
los platos, los secó y los guardó en una fiambrera color verde musgo cubierta con alambres
finitos para que no entren las moscas. Allí también guardó las cucharas y la
olla. No había lujo en el comedor de mi sueño, sólo orden, limpieza, galletas y
sopa.
La niña de la palangana
tenía el pelo limpio, la tez rosada y sonreía con la inocencia de una niña
pequeña. Y me sentí feliz hasta que el despertador me anunció que eran las seis
y que todo no pasaba de un sueño.
Siempre es bueno soñar,
pues en el ámbito de lo onírico pueden
realizarse las fantasías más descabelladas o las más
simples…como servir decentemente a los niños de las escuelas una merienda
escolar sana en un entorno ordenado,
limpio y feliz.
*Publicado en el Diario La Nación
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