martes, 13 de septiembre de 2011

PRISIÓN Cuento de Olga Laura Bertinat Porro


Foto: Olga Laura Bertinat

Este cuento llamado "Prisión", fue publicado en la Edición Especial Nº 15 de la revista "El Tereré" que fue especialmente editada para la Libroferia de la ciudad de Asunción, Paraguay, realizada en el mes de mayo de 2011.


"El perro había sido un buen guardián toda su vida. Desde cachorrito había permanecido suelto y no conocía de sogas o ataduras. Un día, por un mal comportamiento, el dueño decidió encerrarlo en una jaula de barrotes afilados. Esa noche el pobre animal aulló durante horas; se sentía extraño en su nueva realidad de espacios y de trancas.
Pasaron los días y el perro enronqueció; su aullido, ahora apenas audible, parecía el susurro de un anciano. Sus ojos tras las rejas dejaron de brillar. Empezó a perder el pelo, se le cayeron las uñas y enflaqueció.
El dueño no se inmutó.

-¡Para que aprenda!

Un día, sus ojos comenzaron a cambiar. Se le achinaron, se le volvieron verdosos y ya no exhibía la mirada mansa que había tenido siempre.
Cuando aparecieron las gotas de sangre, fue todo un misterio. Pero luego se supo que durante las noches el animal se estropeaba las encías mordiendo los barrotes. Se le formaron llagas entre los dientes, y éstos se le gastaron de tanto limar los hierros.
El dueño tampoco se inmutó.

-¡Qué sufra!

El tiempo pasó de prisa y nadie se acordaba del perro enjaulado. Los niños, que antes lo colmaban de mimos y lisonjas; ya ni recordaban su encierro y no sabían de su angustia.
El dueño, que casi había olvidado el desliz del animal, lo mantenía en la jaula por un simple capricho humano.
Mientras tanto el perro ya no era el mismo: Se había transfigurado. Ya no exhibía los rasgos propios del animal. Ahora se asemejaba a un lobo, en el lugar de las uñas le habían crecido garras, los dientes gastados dieron espacio a colmillos afilados como diamantes y su pelaje marrón se volvió gris pardusco.
Vivió en el encierro durante varios meses, hasta que una noche, uno de los barrotes cedió al desgaste y el perro ganó la libertad. Agazapado y con su andar rasante recorrió el patio y se escondió entre unos matorrales. Esperó como espera un cazador, aguzó los ojos y los demás sentidos y aguardó el momento.
Durante el tiempo de la espera su instinto animal se transmutó en odio humano y supo lo que siente un ser humano cuando odia.
Sigiloso como todo predador, se acercó a la casa. Por una abertura se metió en ella y olfateó el sudor rancio que exhalaba su amo. En la penumbra del cuarto vio como la forma del cuerpo se movía lenta al compás de la respiración. De un salto se abalanzó sobre ella, y sus garras se hundieron en el pecho húmedo de transpiración, mientras sus colmillos se incrustaban en la yugular que transportaba el líquido rojo, que sin demora se volcó sobre las sábanas tibias, dejando escapar por ella la vida de su injusto dueño.
Las huellas de rubí de sus patas quedaron impresas en las baldosas y se fueron desvaneciendo en el patio, así como se esfumó de la memoria de todos, la reminiscencia de haber tenido un perro enjaulado".

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