sábado, 18 de mayo de 2024

Como en Río Grande do Sul

Érase una vez en un pequeño pueblo rodeado de montañas, donde la vida transcurría entre los ciclos de siembra y cosecha. Allí, la creciente del río era un evento temido, especialmente durante los meses de invierno, cuando el frío era intenso y los ponchos tejidos a mano eran el abrigo más preciado. En aquel lugar vivía una familia, cuya humilde casa estaba al borde del río. Durante años, habían luchado contra las crecientes, construyendo diques improvisados y rezando para que el agua no se llevara sus modestas posesiones. Sin embargo, aquel invierno fue particularmente cruel. Las lluvias fueron persistentes y el río creció más de lo habitual, desbordando sus bancos y arrastrando todo a su paso. Una mañana, cuando el sol apenas asomaba sobre las montañas, despertaron con el sonido ensordecedor del agua golpeando contra las paredes de su casa. Con el corazón en un puño, miraron por la ventana y vieron cómo el río se había convertido en un monstruo voraz que devoraba todo a su paso. Con lágrimas en los ojos, tomaron lo poco que pudieron cargar y escaparon hacia terrenos más altos. El agua no tuvo piedad. Engulló casas, plantíos y recuerdos, dejando tras de sí un paisaje desolador. Perdieron todo: su hogar, sus cultivos y hasta parte de su ganado. Durante días, vivieron refugiados en la casa de vecinos generosos que les ofrecieron techo y comida caliente. Sin embargo, entre las ruinas de la tragedia, surgieron pequeños destellos de esperanza. La solidaridad de la comunidad se manifestó en donaciones de ropa, alimentos y materiales de construcción. Poco a poco, comenzaron a reconstruir su vida, con la fuerza y la determinación que solo los que han perdido todo pueden entender. Y mientras el invierno daba paso a la primavera, el río volvía a su cauce y los campos se cubrían de verde esperanza, los ponchos tejidos con amor y las historias de resiliencia se convertían en un símbolo de la fortaleza de aquel pueblo frente a la adversidad. Porque, como decían los ancianos, mientras haya calor humano y coraje, ninguna creciente podrá apagar la luz de la esperanza.

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