Gabriel García Márquez nació en Aracataca (Magdalena),
el 6 de marzo de 1927. Creció como niño único entre sus abuelos maternos
y sus tías, pues sus padres, el telegrafista Gabriel Eligio García y
Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir, cuando Gabriel sólo contaba
con cinco años, a la población de Sucre, donde don Gabriel Eligio montó
una farmacia y donde tuvieron a la mayoría de sus once hijos.
Los
abuelos eran dos personajes bien particulares y marcaron el periplo
literario del futuro Nobel: el coronel Nicolás Márquez, veterano de la
guerra de los Mil Días, le contaba al pequeño Gabriel infinidad de
historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo
llevaba al circo y al cine, y fue su cordón umbilical con la historia y
con la realidad. Doña Tranquilina Iguarán, su cegatona abuela, se la
pasaba siempre contando fábulas y leyendas familiares, mientras
organizaba la vida de los miembros de la casa de acuerdo con los
mensajes que recibía en sueños: ella fue la fuente de la visión mágica,
supersticiosa y sobrenatural de la realidad. Entre sus tías la que más
lo marcó fue Francisca, quien tejió su propio sudario para dar fin a su
vida.
Gabriel García Márquez aprendió a escribir a
los cinco años, en el colegio Montessori de Aracataca, con la joven y
bella profesora Rosa Elena Fergusson, de quien se enamoró: fue la
primera mujer que lo perturbó. Cada vez que se le acercaba, le daban
ganas de besarla: le inculcó el gusto de ir a la escuela, sólo por
verla, además de la puntualidad y de escribir una cuartilla sin
borrador.
En ese colegio permaneció hasta 1936, cuando murió el
abuelo y tuvo que irse a vivir con sus padres al sabanero y fluvial
puerto de Sucre, de donde salió para estudiar interno en el colegio San
José, de Barranquilla, donde a la edad de diez años ya escribía versos
humorísticos. En 1940, gracias a una beca, ingresó en el internado del
Liceo Nacional de Zipaquirá, una experiencia realmente traumática: el
frío del internado de la Ciudad de la Sal lo ponía melancólico, triste.
Permaneció siempre con un enorme saco de lana, y nunca sacaba las manos
por fuera de sus mangas, pues le tenía pánico al frío.
Sin
embargo, a las historias, fábulas y leyendas que le contaron sus
abuelos, sumó una experiencia vital que años más tarde sería temática de
la novela escrita después de recibir el premio Nobel: el recorrido del
río Magdalena en barco de vapor. En Zipaquirá tuvo como profesor de
literatura, entre 1944 y 1946, a Carlos Julio Calderón Hermida, a quien
en 1955, cuando publicó La hojarasca, le obsequió con la
siguiente dedicatoria: "A mi profesor Carlos Julio Calderón Hermida, a
quien se le metió en la cabeza esa vaina de que yo escribiera". Ocho
meses antes de la entrega del Nobel, en la columna que publicaba en
quince periódicos de todo el mundo, García Márquez declaró que Calderón
Hermida era "el profesor ideal de Literatura".
En los
años de estudiante en Zipaquirá, Gabriel García Márquez se dedicaba a
pintar gatos, burros y rosas, y a hacer caricaturas del rector y demás
compañeros de curso. En 1945 escribió unos sonetos y poemas octosílabos
inspirados en una novia que tenía: son uno de los pocos intentos del
escritor por versificar. En 1946 terminó sus estudios secundarios con
magníficas calificaciones.
Estudiante de leyes
En
1947, presionado por sus padres, se trasladó a Bogotá a estudiar
derecho en la Universidad Nacional, donde tuvo como profesor a Alfonso
López Michelsen y donde se hizo amigo de Camilo Torres Restrepo. La
capital del país fue para García Márquez la ciudad del mundo (y las
conoce casi todas) que más lo impresionó, pues era una ciudad gris,
fría, donde todo el mundo se vestía con ropa muy abrigada y negra. Al
igual que en Zipaquirá, García Márquez se llegó a sentir como un
extraño, en un país distinto al suyo: Bogotá era entonces "una ciudad
colonial, (...) de gentes introvertidas y silenciosas, todo lo contrario
al Caribe, en donde la gente sentía la presencia de otros seres
fenomenales aunque éstos no estuvieran allí".
El
estudio de leyes no era propiamente su pasión, pero logró consolidar su
vocación de escritor, pues el 13 de septiembre de 1947 se publicó su
primer cuento, La tercera resignación, en el suplemento Fin de
Semana, nº 80, de El Espectador, dirigido por Eduardo Zalamea Borda
(Ulises), quien en la presentación del relato escribió que García
Márquez era el nuevo genio de la literatura colombiana; las
ilustraciones del cuento estuvieron a cargo de Hernán Merino. A las
pocas semanas apareció un segundo cuento: Eva está dentro de un gato.
En
la Universidad Nacional permaneció sólo hasta el 9 de abril de 1948,
pues, a consecuencia del "Bogotazo", la Universidad se cerró
indefinidamente. García Márquez perdió muchos libros y manuscritos en el
incendio de la pensión donde vivía y se vio obligado a pedir traslado a
la Universidad de Cartagena, donde siguió siendo un alumno irregular.
Nunca se graduó, pero inició una de sus principales actividades
periodísticas: la de columnista. Manuel Zapata Olivella le consiguió una
columna diaria en el recién fundado periódico El Universal.
El Grupo de Barranquilla
A
principios de los años cuarenta comenzó a gestarse en Barranquilla una
especie de asociación de amigos de la literatura que se llamó el Grupo
de Barranquilla; su cabeza rectora era don Ramón Vinyes. El "sabio
catalán", dueño de una librería en la que se vendía lo mejor de la
literatura española, italiana, francesa e inglesa, orientaba al grupo en
las lecturas, analizaba autores, desmontaba obras y las volvía a armar,
lo que permitía descubrir los trucos de que se servían los novelistas.
La otra cabeza era José Félix Fuenmayor, que proponía los temas y
enseñaba a los jóvenes escritores en ciernes (Álvaro Cepeda Samudio,
Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas, entre otros) la manera de no caer en
lo folclórico.
Gabriel García Márquez se vinculó a
ese grupo. Al principio viajaba desde Cartagena a Barranquilla cada vez
que podía. Luego, gracias a una neumonía que le obligó a recluirse en
Sucre, cambió su trabajo en El Universal por una columna diaria en El
Heraldo de Barranquilla, que apareció a partir de enero de 1950 bajo el
encabezado de "La girafa" y firmada por "Septimus".
En el periódico barranquillero trabajaban Cepeda
Samudio, Vargas y Fuenmayor. García Márquez escribía, leía y discutía
todos los días con los tres redactores; el inseparable cuarteto se
reunía a diario en la librería del "sabio catalán" o se iba a los cafés a
beber cerveza y ron hasta altas horas de la madrugada. Polemizaban a
grito herido sobre literatura, o sobre sus propios trabajos, que los
cuatro leían. Hacían la disección de las obras de Defoe, Dos Passos,
Camus, Virginia Woolf y William Faulkner, escritor este último de gran
influencia en la literatura de ficción de América Latina y muy
especialmente en la de García Márquez, como él mismo reconoció en su
famoso discurso "La soledad de América Latina", que pronunció con motivo
de la entrega del premio Nobel en 1982: William Faulkner había sido su
maestro. Sin embargo, García Márquez nunca fue un crítico, ni un teórico
literario, actividades que, además, no son de su predilección: él
prefirió y prefiere contar historias.
En esa época
del Grupo de Barranquilla, García Márquez leyó a los grandes escritores
rusos, ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo directo de
periodista, pero también, en compañía de sus tres inseparables amigos,
analizó con cuidado el nuevo periodismo norteamericano. La vida de esos
años fue de completo desenfreno y locura. Fueron los tiempos de La
Cueva, un bar que pertenecía al dentista Eduardo Vila Fuenmayor y que se
convirtió en un sitio mitológico en el que se reunían los miembros del
Grupo de Barranquilla a hacer locuras: todo era posible allí, hasta las
trompadas entre ellos mismos.
También fue la época
en que vivía en pensiones de mala muerte, como El Rascacielos, edificio
de cuatro pisos, ubicado en la calle del Crimen, que alojaba también un
prostíbulo. Muchas veces no tenía el peso con cincuenta para pasar la
noche; entonces le daba al encargado sus mamotretos, los borradores de La hojarasca, y le decía: "Quédate con estos mamotretos, que valen más que la vida mía. Por la mañana te traigo plata y me los devuelves".
Los
miembros del Grupo de Barranquilla fundaron un periódico de vida muy
fugaz, Crónica, que según ellos sirvió para dar rienda suelta a sus
inquietudes intelectuales. El director era Alfonso Fuenmayor, el jefe de
redacción Gabriel García Márquez, el ilustrador Alejandro Obregón, y
sus colaboradores fueron, entre otros, Julio Mario Santo domingo, Meira
del Mar, Benjamín Sarta, Juan B. Fernández y Gonzalo González.
Periodismo y literatura
A principios de 1950, cuando ya tenía muy adelantada su primera novela, titulada entonces La casa,
acompañó a doña Luisa Santiaga al pequeño, caliente y polvoriento
Aracataca, con el fin de vender la vieja casa en donde él se había
criado. Comprendió entonces que estaba escribiendo una novela falsa,
pues su pueblo no era siquiera una sombra de lo que había conocido en su
niñez; a la obra en curso le cambió el título por La hojarasca, y
el pueblo ya no fue Aracataca, sino Macondo, en honor de los
corpulentos árboles de la familia de las bombáceas, comunes en la región
y semejantes a las ceibas, que alcanzan una altura de entre treinta y
cuarenta metros.
En febrero de 1954 García Márquez
se integró en la redacción de El Espectador, donde inicialmente se
convirtió en el primer columnista de cine del periodismo colombiano, y
luego en brillante cronista y reportero. El año siguiente apareció en
Bogotá el primer número de la revista Mito, bajo la dirección de Jorge
Gaitán Durán.
Duró sólo siete años, pero fueron
suficientes, por la profunda influencia que ejerció en la vida cultural
colombiana, para considerar que Mito señala el momento de la aparición
de la modernidad en la historia intelectual del país, pues jugó un papel
definitivo en la sociedad y cultura colombianas: desde un principio se
ubicó en la contemporaneidad y en la cultura crítica. Gabriel García
Márquez publicó dos trabajos en la revista: un capítulo de La hojarasca, el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1955), y El coronel no tiene quien le escriba
(1958). En realidad, el escritor siempre ha considerado que Mito fue
trascendental; en alguna ocasión dijo a Pedro Gómez Valderrama: "En Mito
comenzaron las cosas".
En ese año de 1955, García Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y Artistas; publicó La hojarasca y un extenso reportaje, por entregas, Relato de un náufrago,
el cual fue censurado por el régimen del general Gustavo Rojas Pinilla,
por lo que las directivas de El Espectador decidieron que Gabriel
García Márquez saliera del país rumbo a Ginebra, para cubrir la
conferencia de los Cuatro Grandes, y luego a Roma, donde el papa Pío XII
aparentemente agonizaba. En la capital italiana asistió, por unas
semanas, al Centro Sperimentale di Cinema.
Rondando por el mundo
Cuatro
años estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en París, y
recorrió Polonia y Hungría, la República Democrática Alemana,
Checoslovaquia y la Unión Soviética. Continuó como corresponsal de El
Espectador, aunque en precarias condiciones, pues si bien escribió dos
novelas, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora,
vivía pobre a morir, esperando el giro mensual que El Espectador debía
enviar pero que demoraba debido a las dificultades del diario con el
régimen de Rojas Pinilla. Esta situación se refleja en El coronel,
donde se relata la desesperanza de un viejo oficial de la guerra de los
Mil Días aguardando la carta oficial que había de anunciarle la pensión
de retiro a que tiene derecho. Además, fue corresponsal de El
Independiente, cuando El Espectador fue clausurado por la dictadura, y
colaboró también con la revista venezolana Élite y la colombianísima
Cromos.
Su estancia en Europa le permitió a García
Márquez ver América Latina desde otra perspectiva. Le señaló las
diferencias entre los distintos países latinoamericanos, y tomó además
mucho material para escribir cuentos acerca de los latinos que vivían en
la ciudad luz. Aprendió a desconfiar de los intelectuales franceses, de
sus abstracciones y esquemáticos juegos mentales, y se dio cuenta de
que Europa era un continente viejo, en decadencia, mientras que América,
y en especial Latinoamérica, era lo nuevo, la renovación, lo vivo.
A
finales de 1957 fue vinculado a la revista Momento y viajó a Venezuela,
donde pudo ser testigo de los últimos momentos de la dictadura del
general Marcos Pérez Jiménez. En marzo de 1958, contrajo matrimonio en
Barranquilla con Mercedes Barcha, unión de la que nacieron dos hijos:
Rodrigo (1959), bautizado en la Clínica Palermo de Bogotá por Camilo
Torres Restrepo, y Gonzalo (1962). Al poco tiempo de su matrimonio, de
regreso a Venezuela, tuvo que dejar su cargo en Momento y asumir un
extenuante trabajo en Venezuela Gráfica, sin dejar de colaborar
ocasionalmente en Élite.
Pese a tener poco tiempo para escribir, su cuento Un día después del sábado
fue premiado. En 1959 fue nombrado director de la recién creada agencia
de noticias cubana Prensa Latina. En 1960 vivió seis meses en Cuba y al
año siguiente fue trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas
con los cubanos exiliados y finalmente renunció. Después de recorrer el
sur de Estados Unidos se fue a vivir a México. No sobra decir que, luego
de esa estadía en Estados Unidos, el gobierno de ese país le denegó el
visado de entrada, porque, según las autoridades, García Márquez estaba
afiliado al partido comunista. Sólo en 1971, cuando la Universidad de
Columbia le otorgó el título de doctor honoris causa, le dieron un visado, aunque condicionado.
Recién llegado a México, donde García Márquez ha vivido
muchos años de su vida, se dedicó a escribir guiones de cine y durante
dos años (1961-1963) publicó en las revistas La Familia y Sucesos, de
las cuales fue director. De sus intentos cinematográficos el más exitoso
fue El gallo de oro (1963), basado en un cuento del mismo nombre
escrito por Juan Rulfo, y que García Márquez adaptó con el también
escritor Carlos Fuentes. El año anterior había obtenido el premio Esso
de Novela Colombiana con La mala hora.
La consagración
Un
día de 1966 en que se dirigía desde Ciudad de México al balneario de
Acapulco, Gabriel García Márquez tuvo la repentina visión de la novela
que durante 17 años venía rumiando: consideró que ya la tenía madura, se
sentó a la máquina y durante 18 meses seguidos trabajó ocho y más horas
diarias, mientras que su esposa se ocupaba del sostenimiento de la
casa.
En 1967 apareció Cien años de soledad,
novela cuyo universo es el tiempo cíclico, en el que suceden historias
fantásticas: pestes de insomnio, diluvios, fertilidad desmedida,
levitaciones... Es una gran metáfora en la que, a la vez que se narra la
historia de las generaciones de los Buendía en el mundo mágico de
Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la completa extinción de la
estirpe, se cuenta de manera insuperable la historia colombiana desde
después del Libertador hasta los años treinta del presente siglo. De ese
libro Pablo Neruda, el gran poeta chileno, opinó: "Es la mejor novela
que se ha escrito en castellano después del Quijote". Con tan calificado
concepto se ha dicho todo: el libro no sólo es la opus magnum de
García Márquez, sino que constituye un hito en Latinoamérica, como uno
de los libros que más traducciones tiene, treinta idiomas por lo menos, y
que mayores ventas ha logrado, convirtiéndose en un verdadero bestseller mundial.
Después del éxito de Cien años de soledad,
García Márquez se estableció en Barcelona y pasó temporadas en Bogotá,
México, Cartagena y La Habana. Durante las tres décadas transcurridas,
ha escrito cuatro novelas más, se han publicado tres volúmenes de
cuentos y dos relatos, así como importantes recopilaciones de su
producción periodística y narrativa.
Varios elementos marcan ese periplo: se profesionalizó
como escritor literario, y sólo después de casi 23 años reanudó sus
colaboraciones en El Espectador. En 1985 cambió la máquina de escribir
por el computador. Su esposa Mercedes Barcha siempre ha colocado un ramo
de rosas amarillas en su mesa de trabajo, flores que García Márquez
considera de buena suerte. Un vigilante autorretrato de Alejandro
Obregón, que el pintor le regaló y que quiso matar en una noche de locos
con cinco tiros del calibre 38, preside su estudio. Finalmente, dos de
sus compañeros periodísticos, Álvaro Cepeda Samudio y Germán Vargas
Cantillo, murieron, cumpliendo cierta predicción escrita en Cien años de soledad.
Premio Nobel de Literatura
En
la madrugada del 21 de octubre de 1982, García Márquez recibió en
México una noticia que hacía ya mucho tiempo esperaba por esas fechas:
la Academia Sueca le otorgó el ansiado premio Nobel de Literatura. Por
ese entonces se hallaba exiliado en México, pues el 26 de marzo de 1981
había tenido que salir de Colombia, ya que el ejército colombiano quería
detenerlo por una supuesta vinculación con el movimiento M-19 y porque
durante cinco años había mantenido la revista Alternativa, de corte
socialista.
La concesión del Nobel fue todo un
acontecimiento cultural en Colombia y Latinoamérica. El escritor Juan
Rulfo opinó: "Por primera vez después de muchos años se ha dado un
premio de literatura justo". La ceremonia de entrega del Nobel se
celebró en Estocolmo, los días 8, 9 y 10 de diciembre; según se supo
después, disputó el galardón con Graham Greene y Gunther Grass.
Dos
actos confirmaron el profundo sentimiento latinoamericano de García
Márquez: a la entrega del premio fue vestido con un clásico e impecable
liquiliqui de lino blanco, por ser el traje que usó su abuelo y que
usaban los coroneles de las guerras civiles, y que seguía siendo de
etiqueta en el Caribe continental. Con el discurso "La soledad de
América Latina" (que leyó el miércoles 8 de diciembre de 1982 ante la
Academia Sueca en pleno y ante cuatrocientos invitados y que fue
traducido simultáneamente a ocho idiomas), intentó romper los moldes o
frases gastadas con que tradicionalmente Europa se ha referido a
Latinoamérica, y denunció la falta de atención de las superpotencias por
el continente. Dio a entender cómo los europeos se han equivocado en su
posición frente a las Américas, y se han quedado tan sólo con la carga
de maravilla y magia que se ha asociado siempre a esta parte del mundo.
Sugirió cambiar ese punto de vista mediante la creación de una nueva y
gran utopía, la vida, que es a su vez la respuesta de Latinoamérica a su
propia trayectoria de muerte.
El discurso es una
auténtica pieza literaria de gran estilo y de hondo contenido
americanista, una hermosa manifestación de personalidad nacionalista, de
fe en los destinos del continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo
su compromiso con Latinoamérica, convencido desde siempre de que el
subdesarrollo total, integral, afecta todos los elementos de la vida
latinoamericana. Por lo tanto, los escritores de esta parte del mundo
deben estar comprometidos con la realidad social total.
Con motivo de la entrega del Nobel, el gobierno
colombiano, presidido por Belisario Betancur, programó una vistosa
presentación folclórica en Estocolmo. Además, adelantó una emisión de
sellos con la efigie de García Márquez dibujada por el pintor Juan
Antonio Roda, con diseño de Dickens Castro y texto de Guillermo Angulo, a
propósito de la cual el Nobel colombiano expresó: "El sueño de mi vida
es que esta estampilla sólo lleve cartas de amor".
Desde
que se conoció la noticia de la obtención del ambicionado premio, el
asedio de periodistas y medios de comunicación fue permanente y los
compromisos se multiplicaron. Sin embargo, en marzo de 1983 Gabo regresó
a Colombia. En Cartagena lo esperaban doña Luisa Santiaga Márquez de
García, en su casa del Callejón de Santa Clara, en el tradicional barrio
de Manga, con un suculento sancocho de tres carnes (salada, cerdo y
gallina) y abundante dulce de guayaba.
Después del
Nobel, García Márquez se ratificó como figura rectora de la cultura
nacional, latinoamericana y mundial. Sus conceptos sobre diferentes
temas ejercieron fuerte influencia. Durante el gobierno de César Gaviria
Trujillo (1990-1994), junto con otros sabios como Manuel Elkin
Patarroyo, Rodolfo Llinás y el historiador Marco Palacios, formó parte
de la comisión encargada de diseñar una estrategia nacional para la
ciencia, la investigación y la cultura. Pero, quizás, una de sus más
valientes actitudes ha sido el apoyo permanente a la revolución cubana y
a Fidel Castro, la defensa del régimen socialista impuesto en la isla y
su rechazo al bloqueo norteamericano, que ha servido para que otros
países apoyen de alguna manera a Cuba y que ha evitado mayores
intervenciones de los estadounidenses.
Tras años de silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera parte de sus memorias, Vivir para contarla,
en la que repasa los primeros treinta años de su vida. La publicación
de esta obra supuso un acontecimiento editorial, con el lanzamiento
simultáneo de la primera edición (un millón de ejemplares) en todos los
países hispanohablantes. En 2004 vio la luz su novela Memorias de mis putas tristes.
Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/reportaje/garcia_marquez/
Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/reportaje/garcia_marquez/
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