jueves, 27 de octubre de 2016

Marosa Di Giorgio

Marosa Di Giorgio nació el 1 de enero de 1932 en Salto (Uruguay) y falleció en Montevideo el 17 de agosto de 2004. Fue una poeta muy conocida por su estilo erótico y atrevido.
Sus primeras publicaciones vieron la luz en los años 50 y muy pronto le hicieron ganar una gran popularidad. Algunas de las más conocidas fueron "Los papeles salvajes", "Diamelas a Clementina Médici" y "Reina Amelia". Casi toda su obra fue traducida a varios idiomas, entre los que se encuentran inglés, francés, italiano y portugués y ha sido galardonada en diversas ocasiones.
Se la considera una poetisa sumamente singular, no sólo por sus obras sino también porque contaba con un especial carisma para compartir lo que escribía; participaba de cuanto recital poético existía y declamaba sus propios versos con una fervorosa pasión. Entre los temas más reincidentes de su poesía se encuentran el miedo, la soledad, la sorpresa y el deseo, los mismos van cambiando de forma y presencia a lo largo de toda su poesía.
En nuestra web podrás leer algunos de sus poemas, tales como "A la hora en que los robles se cierran dulcemente", "Clavel y tenebrario (fragmentos)" y "Estoy sentada en medio de la soledad del bosque".

Lee todo en: Marosa Di Giorgio - Poemas de Marosa Di Giorgio http://www.poemas-del-alma.com/marosa-di-giorgio.htm#ixzz4OJEd7oBb

martes, 18 de octubre de 2016

Pena. Poesía de Olga Bertinat de Portillo

Pena

Una lágrima resbaló
 y rodó silenciosa;
atravesó los surcos
de la marcada tez,
y deslizándose
lentamente
llegó a la mesa.

Y   fueron llegando:
una,
luego otra
y otra...
dibujando en la madera
lagos tibios
transparentes y pequeños,
miniaturas de tristezas,
charquitos salados
 de dolor...

Y la pena quedó allí,
muda,
inmóvil,
vana,
mísera,
convertida en nada...

¡La inmensa pena!

Ganadores "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"



Primer Premio:
Adriana Ester Miranda Sánchez
Cuento:
La sopa de lentejas 
Premio:
Gs. 4.000.000 más 60 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"
Primera Mención Especial:
Nathalia María Echauri Castagnino
Cuento: 
Georgia 
Observación: Ambos cuentos obtuvieron el mismo puntaje por parte del jurado y existió un empate en la primera posición. Para recibir el premio, es requisito fundamental asistir a la premiación, por lo que es recomendable que los autores residan en el país. En este caso la autora está becada en Italia. La organización respeta las bases y condiciones, pero de todos modos, por la calidad de la obra, la misma será publicada como Primera Mención Especial.
  



Segundo Premio:
María Luz Benítez
Cuento:
Infierno Grande
Premio:
Gs. 2.000.000 más 50 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"

Segunda Mención:
Estela Franco
Cuento:
Despojos de nómadas
Premio:
Gs. 1.000.000 más 30 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"
Tercera Mención:
Olga Laura Bertinat de Portillo
Cuento:
La criadita
Premio:
Gs. 1.000.000 más 20 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"
Cuarta Mención:
Alejandro Javier Marecos Aquino
Cuento:
El Hombre Invencible
Premio:
Gs. 1.000.000 más 10 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"
Quinta Mención:
Hugo Centurión Mereles
Cuento:
Flor del Jasuka
Premio:
Gs. 1.000.000 más 10 ejemplares del libro "Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto 2016"



Mención sin orden de prelación:
“La Reina del Bife” de Carlos Alberto Vera Abed
“María Obe” de Susana Aspitia Navarro
“Secuestrados” de María Angélica Medina Montalto
“Sin dormir” de José Antonio Galeano
“Serena” de Elías Nicolás Sánchez Alfonzo

lunes, 17 de octubre de 2016

Escritorios. Por Eduardo Berti

Nunca tuve lo que se llama una “habitación de escritura”. O, mejor dicho, aun cuando alguna vez la tuve nunca logré que funcionara rigurosamente como tal. Durante casi una década, entre mis veinte y treinta años, me gané la vida (y, más que eso, disfruté y aprendí mucho) trabajando en distintas redacciones periodísticas, sobre todo la del entonces flamante diario Página/12 de Buenos Aires, donde tuve la buena suerte de estar rodeado no sólo de excelentes periodistas, sino también de brillantes escritores de toda clase: reconocidos como Juan Gelman u Osvaldo Soriano, más o menos en ciernes como Martín Caparrós, Marcelo Birmajer o Rodrigo Fresán, secretos como el aún inédito Salvador Benesdra, de culto como Miguel Briante y muchos más –hombres, en su mayoría–, desde Enrique Medina hasta Antonio Dal Masetto.
Para calmar mi deseos (o mi vanidad) de escribir, lo más común era que cada dos por tres me escabullera a algún café de la zona, casi siempre con el pretexto de una entrevista o una valiosa información. No era recomendable ir al bar de la esquina (el que Soriano apodaba “la mueblería” porque, sí, parecía un negocio de venta de feos muebles como tantos otros en la misma avenida Belgrano), era mejor buscar un sitio más oscuro y menos frecuentado por los colegas de la redacción. En cualquier caso, mis lugares de escritura eran los bares, hasta tal punto que me fui acostumbrando a ellos —para horror de quienes ven a los escritores de café como ingenuos postulantes a una bohemia ilusoria— y, cuando ya no frecuentaba redacciones, cuando ideé otras formas de ganarme el pan porque ya no disfrutaba como antes con el periodismo, si bien monté en mi casa de Buenos Aires un “cuarto de escritura” (con "escritorio de escritura" y todo), este terminó cumpliendo más bien funciones accesorias: alojar buena parte de mis libros o esconder ese horrible objeto que era mi primera computadora, tan alejada del diseño delicado y casi invisible de las portátiles de hoy.
Suelo escribir a mano en pequeños cuadernos que caben en algún bolsillo. Tarde o temprano, vuelco eso en la computadora de turno, imprimo en letra grande si me sobra tinta y papel o en letra más apretada si ando en aprietos de dinero y sigo corrigiendo en la página impresa, con bolígrafo azul la primera vez, con rojo o verde si emprendo nuevas lecturas. Hay ligeras variantes, claro. A veces escribo tan solo en las carillas impares (a la derecha del cuaderno) y reservo las pares para enmiendas, variantes o agregados, por ejemplo. A veces llevo dos cuadernos a la vez: uno para escenas largas, otro para fragmentos o apuntes aislados que seguramente emplearé. Lo invariable es que me cuesta trabajar en un lugar fijo. ¿Para qué echar una especie de ancla cuando uno puede navegar? Incluso cuando me tienta escribir en casa, cosa que también ocurre, no tengo empacho en hacerlo en la bañadera, en la cama, en un sillón o en la mesa de la cocina.
Escribí gran parte de Todos los Funes en unos largos viajes en tren que debí emprender por entonces. El movimiento me resultó especialmente inspirador. Escribí gran parte de La mujer de Wakefield durante una serie de viajes/escapadas a Montevideo. Era primavera, verano u otoño; hacía, casi siempre, buen tiempo. Yo caminaba por las calles, armaba una o dos frases en mi cabeza, me sentaba en cualquier lugar (en bancos públicos, recuerdo), apuntaba esa frase y seguía caminando. Tiempo después leí que a Chico Buarque le gustaba (tal vez le gusta todavía) componer así canciones.
Sé que muchos escritores no podrían trabajar sin la room of our own de la que hablaba Virginia Woolf (“una mujer, si quiere escribir ficción, debe tener dinero y una habitación para ella sola”); yo he descubierto que el ruido compacto de un bar, del tránsito urbano o del rumor de un tren u otro transporte público me distrae menos y estimula más que la voz clara y puntual de un vecino. Es como con la música de fondo: imposible escribir si hay un cantante o la presencia “muy cantante” de cierto instrumento solista.
Este texto, por ejemplo, lo empecé a escribir en un rincón del Paseo del Prado, no lejos del museo del mismo nombre, en Madrid, y lo terminé en mi casa, con la computadora sobre las rodillas

(Escrito hace algunos años ya para el blog de Jesús Ortega: "Proyecto escritorio")

Enlace:  http://proyectoescritoriojesusortega.blogspot.fr

La foto es de Daniel Mordzinski, cuando compartimos un maravilloso viaje de trabajo al norte de la Argentina. 

La Academia Sueca se rinde en su intento de contactar con Bob Dylan por el Nobel

Tras cuatro días intentando contactar con Bob Dylan, la Academia Sueca renuncia a comunicarle que ha sido galardonado con el Nobel de Literatura. En los conciertos que ha dado estos últimos días, el músico no ha hecho ningún comentario al respecto
La Academia Sueca ha renunciado a comunicarle directamente al estadounidense Bob Dylan que ha sido distinguido con el Nobel de Literatura de este año, después de cuatro días intentando ponerse en contacto con él sin éxito. Sara Danius, la secretaria de esta institución que elige cada año al ganador del Nobel en esa categoría, lo confesó así este lunes a la emisora pública Radio de Suecia. Los representantes de la Academia Sueca han hablado con el agente del músico y con otras personas de su entorno, pero no han podido comunicarse con el artista, que no ha realizado ninguna declaración pública ni ha hecho comentarios al respecto en los conciertos que ha dado en los últimos días. Danius aseguró no estar preocupada a pesar de que todavía no se sabe si el músico aceptará el premio o acudirá a Estocolmo a recogerlo el próximo 10 de diciembre. Aún no saben si recogerá el premio "Tengo un presentimiento de que Bob Dylan puede venir. Puedo equivocarme, y claro que sería una pena que no viniese, pero en cualquier caso la distinción es suya y no podemos responsabilizarnos de lo que pase ahora. Si no quiere venir, no vendrá, será una gran fiesta igual", afirmó Danius.
Solo dos personas han rechazado el Nobel de Literatura en más de un siglo de historia: el escritor ruso Boris Pasternak, en 1958, forzado por las autoridades soviéticas, aunque lo aceptó más tarde; y el francés Jean Paul Sartre, en 1964, por su política de rehusar cualquier tipo de distinción. La Academia Sueca premió a Dylan por haber creado "nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense", según el fallo difundido el pasado jueves. Se ha convertido en un galardón polémico ya que es la primera vez que se distingue con el Nobel de Literatura a un cantautor y, por tanto, tiene sus defensores y sus detractores.


Ver más en: http://www.20minutos.es/noticia/2864993/0/academia-sueca-desiste-bob-dylan-nobel/#xtor=AD-15&xts=467263

El hombre de la caja. Cuento de Olga Bertinat de Portillo

Imagen extraída de Internet

EL HOMBRE DE LA CAJA

               La rutina era como una rueda colosal que giraba en torno de la carpa, como que  sus peripecias no tuvieran principio ni final y que todos los pueblos fuesen el mismo pueblo.
Los parlantes estridentes transitando por las calles polvorientas anunciaban su llegada, pero nunca su partida. Al principio venían cada seis meses y sus trastos ocupaban diez vagones bien cargados contando los de los animales: traían leones, elefantes, tigres y caballos pequeños…Ya en las postrimerías  solían llegar una vez al año, apenas con tres vagones. La decadencia del circo era evidente, ya no traían animales y las atracciones de ahora consistían en una pareja de enanos, una mujer barbuda, un alfeñique  y un hombre que traían escondido en una caja espaciosa de madera, llena de orificios para que el personaje misterioso respirara.

 El enigma me cautivó enseguida, pero para poder verlo había que pagar el doble.

La noche de apertura estuve allí desde temprano. La gente se había aglomerado cerca de la boletería para sacar las entradas. ¡Era siempre así el primer día! Esperé en la fila hasta que la muchacha apareció y comenzó a venderlas.

Cuando llegó mi turno le dije: -Quiero  ver al hombre de la caja.  
Ella sin mirarme me cobró y me entregó la boleta y  con el brazo extendido me señaló hacia una carpa triangular bastante colorida, armada debajo de la carpa grande.

 Caminé hasta allí  y vi colgado sobre la puerta de lona plástica un letrero de cartulina con una inscripción que indicaba:
- ¡VEA AQUÍ AL HOMBRE ELEFANTE!

 Me paré delante de la puerta en silencio, esperando ansiosa para entrar y enseguida una voz gangosa que provenía desde adentro dijo:
-¡Adelante!
Levanté la lona y entré.  Fue cuando lo vi. Estaba sentado en una silla de espaldas hacia la puerta. Una luz lánguida alumbraba el espacio. Entonces el hombre se paró y se volteó despacio. Su aspecto me impactó y controlé fuertemente mis ganas de salir corriendo.
De la cara le brotaba una trompa carnosa, esponjosa y rosada; como la de un elefante espantado; sus ojos desorbitados por la deformidad, no consiguieron hallar los míos. Sin saber qué hacer ni qué decir, me di vuelta y salí aturdida del lugar.  
 No pude quedarme a ver la función, se me habían encrespado las ganas… y, desde ese día,  el circo dejó de ser divertido.



                                                                                       
* Cuento presentado al Taller Literario Bilingüe seleccionado por Susy Delgado para el libro Textos Escogidos, 2012