miércoles, 4 de diciembre de 2013

LA MARQUESITA DE LA SIERPE - Gabriel García Márquez


Malaria, hechicería y supersticiones en una región de la Costa Atlántica. El hombre que pisó la leyenda.
  
 Hace algunos años vino al consultorio de un médico de la ciudad un hombre espectral, vidrioso, con el vientre abultado y tenso como un tambor. Dijo: "Doctor,  vengo para que me saque un mico que me metieron en la barriga" Y explicó que venía del sureste del departamento de Bolívar, de un cenegal situado entre San Jorge y el Cauca, más allá de los cañaduzales de La Mojana, más allá de los bajos de La Pureza, de los breñales de La Ventura y de los pantanos de La Guaripa. Venía de La Sierpe, un país de leyenda dentro de la costa atlántica de Colombia, donde uno de los episodios más corrientes de la vida diaria es vengar una ofensa con un maleficio como ese de hacer que al ofensor le nazca, le crezca y se le reproduzca un mico dentro del vientre.


Viaje sin regreso

    No es una novedad hablar de La Sierpe, pues los comerciantes en arroz del San Jorge en Magangué saben que allí se cultiva un grano bueno y grande, y que es posible adquirirlo a precios normales, a pesar de las dificultades del transporte. Quien se sienta con deseos de viajar a esa región y tenga ánimos para hacerlo, puede tomar en Magangué una lancha que en pocas horas lo conducirá, navegando por el brazo Mojana, hasta el puerto de Sucre. Allí tomará en alquiler una bestia que en medio día lo conducirá a La Guaripa. Y, finalmente luego de dos días de viaje con el agua y el cieno a la cintura, se encontrará en los tremedales de La Sierpe La ida es relativamente fácil. Lo difícil es el regreso, pues no tendría nada de extraño que a la vuelta de una ceiba lo bajaran de la bestia a machetazos y allí mismo lo enterraran sentado; o que reventara de peritonitis, con el vientre lleno de ranas.
   
   Quien decida correr los riesgos de esta aventura, no encontrará un pueblo. Encontrará una región cenagosa, enmarañada, en la que sólo a grandes trechos se sorprende un atisbo de sol. Cada dos o tres horas encontrará una casa primitiva, en la que viven hombres y mujeres devastados por la malaria, que racialmente no presentan diferencia alguna con los colombianos comunes. Hay gente buena y mala, como en todas partes, pero más desconfiada de los forasteros que en cualquiera otra. Se divierten como todo el mundo, con un tambor, una caña de millo y una tinaja de aguardiente destilado en uno de los cuartos de la casa. Es gente que vive mal y come mal, pero hace ambas cosas en abundancia; que ha inventado oraciones para preservarse de las mordeduras de las serpientes, pero está siempre dispuesta a viajar a través de los pantanos durante dos días y dos noches para pagar lo que le pidan por un analgésico.

El día que canta el gallinazo

    A los habitantes de La Sierpe nada los hará abandonar su infierno de malaria, de hechicería, de animales y supersticiones. Cosechan arroz  y tienen oraciones para que sea de buena calidad; lo venden en los pueblos cercanos y con el producto de la venta compran petróleo, ropa y medicinas de patente. Son católicos convencidos, pero practican la religión a su manera, como la mayoría de los campesinos colombianos. Celebran el Viernes Santo con suculentas comilonas de carne de res, pero su Viernes Santo no es móvil, sino el primer viernes de marzo, día en que según ellos "canta el gallinazo".

    Se enamoran como católicos y como españoles. Tienen un sentido trágico del amor, con celos, aguardiente y machetazos; y un sentido poético, que estimula a los galanes para cantar a su doncella largas y graciosas coplas de amor, de una belleza ingenua y extraña. Se casan católicamente en los pueblos vecinos y celebran el acontecimiento con fiestas borrascosas, de una de las cuales , en alguna ocasión resultó muerta a machetazos la desposada. Es gente que cree en Dios, en la Virgen y en el misterio de la Santísima Trinidad, pero los adoran en cualquier objeto en el que ellos crean descubrir facultades divinas y les rezan oraciones inventadas por ellos mismos. Pero sobre todo -y en esto se diferencian del resto de los colombianos- creen en La Marquesita.

La Marquesita

    Los más viejos habitantes de La Sierpe oyeron decir a sus abuelos que hace muchos años vivió en la región una española bondadosa y menuda, dueña de una fabulosa riqueza representada en animales, objetos de oro y piedras preciosas, a quien se conoció con el nombre de La Marquesita. Según la descripción tradicional, la española era blanca y rubia, y no conoció marido en su vida. Pero más que por su bondad y por su valiosa hacienda, La Marquesita era admirada, respetada y servida porque conocía todas las oraciones secretas para hacer el bien y el mal; para levantar del lecho a un moribundo no conociendo de él nada más que la descripción de su físico y el lugar preciso de su residencia; o para enviar a una serpiente a través de los tremedales, a que seis días después diera muerte a un enemigo determinado.
    La Marquesita era una especie de gran mamá de quienes le servían en La Sierpe. Tenía una casa grande y suntuosa en el centro de  la que ahora es conocida como la Ciénaga de la Sierpe. "Una casa con corredores y ventanas de hierro", según la describen ahora quienes hablan de aquella extraordinaria mujer, cuyo ganado "era tanto que duraba pasando más de 9 días". La Marquesita vivía sola en su casa, pero una vez al año hacía un largo viaje por toda la región, visitando a sus protegidos, sanando a los enfermos y resolviendo problemas económicos.
    La Marquesita podía estar en diferentes lugares a la vez, caminar sobre las aguas y llamar desde su casa a una persona, en cualquier lugar de La Sierpe en que ésta se encontrara. Lo único que no podía hacer era resucitar a los muertos, porque el alma de los muertos no le pertenecía. "La Marquesita tenía pacto con el diablo", explican en La Sierpe.

La otra orilla del mundo

    La leyenda dice que La Marquesita vivió todo el tiempo que quiso. Y según la versión más generalizada, quiso vivir más de 200 años. Su muerte estuvo precedida de signos celestes, de trastornos telúricos y de malos sueños de las habitantes de La Sierpe. Antes de morir, La Marquesita comunicó a sus servidores preferidos muchos de sus poderes secretos, menos el de la vida eterna. Concentró frente a su casa sus fabulosos rebaños y los hizo girar durante dos días en torno a ella, hasta cuando se formó la ciénaga de La Sierpe, un mar espeso, inextricable, cuya superficie cubierta de anémonas impide que se conozcan sus límites exactos. Para quienes conocen la orilla accesible de la ciénaga, la región termina en la orilla opuesta. Pero hasta hace unos años,  en esa orilla "se acababa el mundo y estaba custodiada por un toro negro con pezuñas y cuernos de oro".
    Es en el centro de esa ciénaga donde los habitantes de La Sierpe creen que están sepultados el tesoro de La Marquesita y el secreto de la vida eterna.

El hombre que pisó la leyenda

    Un personaje muy conocido en los villorrios cercanos a La Sierpe, es un arrocero que arrastra un pie hinchado y monstruoso.Es la persona que más cerca ha pisado los tesoros de La Marquesita. El mismo cuenta que un día resolvió no cosechar más arroz, y se aventuró hacia el centro de la ciénaga en busca de la riqueza sepultada. Como todos los habitantes de La Sierpe, éste sabía que la búsqueda debía realizarse en los dos primeros días del mes de noviembre, "en un año que no sea bisiesto". El hombre esperó la fecha, llegó a la orilla de la ciénaga en los últimos días de octubre, y preparó una balsa con un fogón, una caja de arroz, plátanos, yuca, sal y una lámpara de petróleo. Llevó asimismo un calabazo de agua, porque la ciénaga produce hernia en el hombre, desarreglos en la mujer e infecciones internas en los animales.
    El 2 de noviembre, dice la leyenda, en el centro de la ciénaga crece todos los años "un totumo con calabazos de oro", a cuyo tronco está amarrada una canoa "que irá sola, navegando sin patrón", hacia el lugar en que la gran mamá sepultó sus riquezas. La leyenda agrega que la canoa está custodiada por gigantescas culebras de cascabel y por caimanes blancos.

El viaje de las maravillas

    La descripción que hace el hombre de su aventura es tan fantástica como la leyenda de La Marquesita. Dice que durante las primeras doce horas del 1º de noviembre navegó por entre la flora acuática, cada vez más apretada y alta. No advirtió ese día nada extraordinario. Pero al anochecer sintió en torno suyo fuertes olores de alimentos en elaboración, que estimularon su apetito y lo obligaron a comer y beber sin medida hasta la madrugada. Luego los olores fueron reemplazados por ruidos fantásticos, "como el bramido de un viaje de toros", y por la alharaca de loros, micos y gallitos de ciénaga. Al amanecer del 2 de noviembre vio volar en torno de la balsa extraños animales, cuadrúpedos alados con cabezas y picos de aves y alcaravanes de plumaje metálico y resplandeciente. A pesar de los ruidos y de la lentitud con que la balsa avanzaba por entre la flora dura y enmarañada, el hombre dice que siguió bogando hacia adentro, en persecución del oro, las piedras preciosas y el secreto de la vida eterna de La Marquesita. Súbitamente, al atardecer del 2, cesaron todos los ruidos, la vegetación se hizo menos hostil y en el horizonte resplandeció el árbol de los calabazos maravillosos, entre un apretado cerco de espinazos blancos. Pero "estaba a una distancia como de tres días".
    El codicioso aventurero dice que navegó entonces hacia atrás, porque no le alcanzaban el agua y los alimentos para el viaje hasta el árbol. Cuando desembarcó, el pie empezaba a hinchársele y se sentía extenuado, pero le quedaba la satisfacción de ser el único hombre de La Sierpe que se ha atrevido a pisarle los terrenos a la leyenda.
                                                                                                                                          (Marzo,1954)

* Transcripción del libro:  Crónicas y Reportajes (1980)  Editorial La Oveja Negra, 5ed. 398p.